Varios clientes en una librería del centro de Barcelona, este miércoles. Marta Pérez / EFE

De mascarilla y escayola

Lo peor de la retirada de las mascarillas ha sido la dificultad en entender la retirada de la obligación de llevarlas

Chapu Apaolaza

Valladolid

Jueves, 21 de abril 2022, 00:01

A España le han quitado la mascarilla en interiores y va como en pelotas. La mascarilla ha sido nuestra hoja de parra y sin ella la gente se siente desnuda. Yo no, porque me siento desnudo en todo caso. De pronto España despierta en ese ... sueño en el que uno cree que la ropa que se pone para ir al colegio o para ir al trabajo es suficiente y de pronto, cuando llega a clase o al curro, se da cuenta de que va enseñando las vergüenzas. En los gimnasios y en las oficinas y en los supermercados va la gente como en la playa nudista, perseguidos por la incómoda sensación de que a uno lo miran demasiado y que uno mira demasiado a los demás.

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Lo peor de la retirada de las mascarillas ha sido la dificultad en entender la retirada de la obligación de llevarlas. A la ministra Darias le están haciendo unas preguntas la mar de carajotas. Si la mascarilla solo es obligatoria en el tren, ¿hay que ponérsela en el andén? Pues no. ¿Y en el taxi? ¿Y en la tienda? El Gobierno, que en esto acierta, ha llamado a la gente a llevar la mascarilla con sentido común y con responsabilidad, y eso a mucha gente le resulta una medida del todo intolerable. Van pidiéndole al Ejecutivo que aclare en qué casos sí y en cuáles no debe llevarla, como si esta decisión no pudieran tomarla ellos según su ánimo y sus condiciones y lo que les viniera en gana.

Detecto, preocupado, un anhelo de tiranía por el que uno espera que el Estado le administre quién, cuándo y dónde cubrirse la boca y para ello espera a la publicación del BOE donde detalle cada la mañana en qué ámbitos debe mantener a salvo el nasobuco y otras cuestiones de peligro para su salud. Yo he estado revisando el BOE y por ninguna parte viene cuántos vinos debo beberme, ni cuántos pitillos fumar, ni cuántos platos de cocido puede comerse uno sin caer muerto de espaldas en un día de calor a la salida de los toros, que son cosas que no se le piden al Estado, afortunadamente.

De todas las cosas espeluznantes que hemos vivido, una de ellas ha sido la añoranza de la norma por absurda que fuera y la insistencia con la que el español ha buscado acomodo en ella. Recuerdo a toda esa gente conforme y tranquila porque en la terraza en la que se estaba tomando una cerveza, ante la subida de casos, el aforo se había reducido de un sesenta a un cincuenta por ciento y eso les mantenía a salvo. Gente contando gente en las terrazas, gente que buscaba los sitios donde debía esperar en las colas, gente que superponía sus suelas sobre las siluetas con forma de suelas que pintaban en el suelo para decirles dónde debían quedarse de pie, gente siguiendo flechas y caminos de rayas en el suelo, gente que entraba por la puerta de entrada y salía por la puerta de salida y en ese universo de rayas, flechas, huellas y aforos se sentía segura. Ahora, les han quitado la norma y sienten el vértigo de cuando a uno le quitan la escayola del brazo y siente uno que el brazo se le cae al suelo. Pronto volverán a aprender a usarlo.

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