Ibarrola

Las máscaras del mundo y el juicio final

«La celebración del ritual carnavalesco, así como las coplas críticas hacia los representantes del poder político y eclesiástico, se convertían en auténticos levantamientos populares o excedían el desorden permitido»

Luis Díaz Viana

Valladolid

Sábado, 18 de febrero 2023, 00:56

«El mundo todo es máscaras. Todo el año es Carnaval» –como escribió Larra–. Que les pregunten, si no, a los salmantinos, que han visto cómo el fabuloso proyecto de convertir Salamanca en un nuevo Dubái se esfumaba y desembocaba en denuncias y reproches. Independientemente ... de la parte de verdad que hubiera podido existir tras este bochinche, quedan sus imágenes chuscas o casi carnavalescas. Y la decepción, sobre todo, de localidades del alfoz de Salamanca que esperaban –en una provincia que continúa sufriendo una enorme sangría poblacional– que ese destino se revirtiera.

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Pues el campo permanece por siempre vivo, a pesar de eso. Y, cuando se habla del Carnaval aquí e –incluso– del mismo en Europa, suele ponerse el foco en carnavales insignes como el de Venecia; o, en España, en los de Cádiz y Tenerife. Sin embargo, reconociendo la fama e importancia de tales eventos en dichas ciudades, no se escribe ni conoce tanto de los carnavales rurales, radicando en ellos el origen de estos ritos.

Como se ha podido constatar, comparando las costumbres paganas de los rústicos denunciadas en el siglo VI por Martín de Braga con muchas de las acciones que se siguen practicando en determinados carnavales europeos, aquellos rituales del mundo antiguo en honor de Saturno pervivieron refugiados en las fiestas del campo durante centurias. Y, de cualquier modo, lo que también se deduce de los trabajos de Caro Baroja y otros estudiosos es que los carnavales han servido –en cuanto expresión de las culturas populares– tanto de válvula de escape o supuesta contestación ante el control social –y los poderes que lo instituyen– como de apuntalamiento del orden establecido, una vez esa época de excepción que constituye el Carnaval agoniza.

No obstante, resulta –a menudo– débil la línea entre la subversión simbólica y la real; por lo que sí que ha habido casos en que la celebración del ritual carnavalesco, así como las coplas críticas hacia los representantes del poder político y eclesiástico, se convertían en auténticos levantamientos populares o excedían el desorden permitido. Ya que el Carnaval conformará un «mundo al revés», pero sólo durante un periodo de tiempo reducido y pactado. No más allá.

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El temor a que la subversiva libertad carnavalesca desbordara lo aceptado por la autoridad, conculcando su orden, hizo que en momentos de represión –como el régimen de Franco en España– se llegaran a censurar teóricamente los carnavales con carácter general; si bien su imbricación en las celebraciones populares de pueblos y ciudades, así como en el calendario religioso y festivo, tornaron inviable en la práctica su prohibición total. Sí que supuso, pese a ello, tal injerencia de la dictadura en los comportamientos públicos y los posibles desórdenes no rituales favorecidos por el Carnaval que su celebración quedara suspendida, modificada o vetada durante los años del franquismo; y que bastantes de sus celebraciones se hayan tenido que recuperar o reinventar después en un proceso que aún persiste.

En lo que atañe al medio rural, tuvieron que ser rescatados del olvido y la coacción, entre tantos otros festejos, los 'Carochos' o máscaras invernales de Riofrío de Aliste (Zamora), que están siendo restaurados y reimplantados por un grupo de entusiastas de ese ritual; las 'Vaquillas' o simulacros de res en Arcones (Segovia) y en Abejar (Soria), con su 'Barrosa', que deben –también– mucho en su reinvención al impulso de asociaciones culturales que indagan sobre los mencionados ritos para refundarlos después. En ellos sigue siendo derrotado Don Carnal y su fin cediendo paso a la Cuaresma.

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Una magra e inacabable Cuaresma que no dejan de anunciarnos –hoy– esos organismos internacionales especializados en aterrorizar a los ciudadanos corrientes con las peores predicciones económicas y noticias de próximas recesiones o crisis. Según comentaba Larra, ¿habrá sonado ya la trompeta apocalíptica del juicio final? ¿Se nos convocará acaso al valle de Josafat a rendir cuentas ante Dios todopoderoso? Esperemos que no. Aunque –en ocasiones– daría la impresión de que cada vez falta menos tiempo para ese instante fatal.

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