Rubén Darío y su admirador Antonio Machado han puesto el toque lírico a la inauguración de una selectividad que hoy toca a su fin. Polémica, como siempre, –sobre educación se debate mucho en este país, pero se aplica poco–, la EBAU ha sabido poner ... un toque de humor y metafísica a sus exámenes. ¿Qué mejor momento para recuperar la Generación del 98?
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Parece irrelevante entrar en una universidad u otra si esta criba nos prepara para asumir el crepúsculo de una época. Es nuestro «Canto de vida y de esperanza»; el recuerdo al que años más tarde acudiremos para recitar al poeta: «(…) y de nuestra carne ligera imaginar siempre un Edén, sin pensar que la Primavera y la carne acaban también…».
La selectividad es el impasse entre el ocaso de las responsabilidades y el inicio de los planes mundanos que, como los frutos rojos del Jardín de las delicias, tienen como único denominador común el pecado.
Rememorar la sensación de liberación de después nos hace conscientes de lo efímero que son la inocencia y el placer. El «divino tesoro».
El mundo parece abrirse nada más tirar los apuntes. De pronto, florecen los carteles anunciando cerezas del Jerte y abrimos tarros de mermelada de albaricoque como si descorcháramos champán. Sin sorpresa, nos asomamos a las puertas de un verano que promete lujuria, alargamos el momento de decirle a esa ilusión de juventud eterna «¡ya te vas para no volver!» y nos citamos en la próxima, quién sabe, primavera.
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