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Un día estás tomando algo con una amiga y al día siguiente estás viendo un vídeo íntimo de ella con tu marido. Un día sales de una reunión halagada por tu jefe y al otro te están despidiendo por correo electrónico. Hay días que duermes ... con tu mujer al lado y hay otros que esperas en tu despacho presidencial a que vuelva del banquillo. Nunca esperamos que alguien pueda cambiar tanto en cuestión de horas como para sorprendernos.
Confiamos ciegamente en quienes queremos. Así es el amor. Como invidentes llevamos el paso del tiempo, mientras quien tenemos cerca cambian. Y así, sin intuirlo, llega ese momento en el que recuperamos la vista de un fogonazo. Nuestra idea de esa persona explota como la bombilla del flash de las cámaras en los 50.
La vida puede ser faustiana. Suele ocurrir cuando menos lo esperas, en la tierna estabilidad de los días corrientes. La relajación permite el descuido y la personalidad oculta brota. Es así como parejas, amigos y compañeros felizmente despreocupados acaban abominándose. El personaje tan elaborado que teníamos se ensombrece. El amigo se vuelve Dorian. Tú te vuelves Basil. La vida se hace retrato.
Empiezan días de reposo y descanso; de viajes, de fiestas, de inconsciencia… Pero también de juicios a primeras damas, de evaluaciones, de compromisos. El verano es una prueba al calor atmosférico y la resistencia de nuestro juicio. Como titula Márquez, «en agosto nos vemos». Hasta entonces, no olvidemos lo que un día fuimos si queremos seguir siendo.
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