Anciana vallisoletana

Ahora, que empiezo a serlo, lo que quiero es pertenecer del todo a ese estrato social repudiado que parece representar Castilla y León. Castilla-La Vieja, la llaman algunos. Otros, directamente, geriátrico.

Después de haber revisado todas las grandes ciudades de esta inmensa región de horizontes despejados, he decidido que no quiero un manojito de claveles, como las burgalesas, ni puertas violetas, como las de Salamanca, ni Ruta de la Plata, como las de Zamora. Yo lo que quiero es enjuiciar sin doblez.

Quiero ser una anciana vallisoletana para poder tomarme a broma las declaraciones de un político que, fuera de su habitual patio de recreo, siente el complejo de saberse invitado de última hora.

Llegada a una edad estoy segura de que este tipo de comentarios se reciben como el que oye llover. Y es bien seguro que esto sucede cuando uno piensa en el sujeto en sí. Vallisoletano, eso dice su partida de nacimiento, y no muy mayor. Tan poco mayor que todavía tiene tiempo y espíritu para volver a criticar su casa. Ayuntamiento o Ministerio, es lo mismo. ¿Qué dirá del transporte español cuando pierda su puesto? ¿Qué ni tendiendo puentes puede estar al día?