El Tiempo es uno de los poquísimos espacios televisivos que nunca me pierdo: primero, porque necesito saber cómo va a hacer mañana y elegir la ropa de calle adecuada, y segundo porque viene bien estar enterado para mantener en el ascensor una conversación sobre el ... particular. Cuando la climatología es idéntica durante días o semanas y me reencuentro con el mismo vecino, el tema que sacamos a relucir es la covid, que da menos juego porque no puedes repetir seis veces eso de ¿cómo estáis en casa? sin que te suelten: pues igual que ayer, cuando me preguntaste por la familia. Por eso no me imagino una tele sin un hueco para los mapas isobáricos, interpretaciones del satélite, borrascas, cielos despejados y gente con paraguas o en tanga, según la estación del año.

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De aquí a febrero o marzo podremos hablar del frío, la lluvia, las heladas, la nieve, los cortes de carreteras y el bajón de las temperaturas, asuntos que aguantan lo suficiente para no hacer incómodo el recorrido entre el sótano y el quinto izquierda. Cuando la cosa no da más de sí, salgo del apuro contando la anécdota invernal de aquél marqués que le daba una propina al sereno para que cantara debajo de su ventana: «¡Las tres de la mañana, cinco grados bajo cero!». El anuncio le servía al ricachón para arrebujarse entre las mantas y decirle a su señora: «¡Qué frío tiene que estar pasando ese hombre ahí fuera¡». Menudo cabrito.

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