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La masiva expresión de dolor aparentemente sincero que ha producido la muerte del futbolista argentino Maradona, amplificada por las redes sociales y por los medios de masas que han transmitido en directo las concentraciones funerarias en Buenos Aires y en otras partes del mundo, ... está cargada de contrasentidos que es preciso desentrañar por simple profilaxis ética y social.
Hay pocas dudas de que este 'mago del balón' -vamos a recurrir a los tópicos para que el análisis sea más veraz y verosímil- era un personaje poco recomendable, aficionado a las drogas, amigo de las mafias y de ciertos dictadores poco recomendables, mujeriego enfermizo y denunciado por violencia de género, cocainómano conspicuo y hasta marrullero en su deporte -el gol más famoso fue metido con la mano-, padre de una caterva de hijos, algunos reconocidos y otros no. Jugaba muy bien al fútbol, de eso no hay duda, con ese instinto indescriptible que sólo unos cuantos futbolistas de leyenda -Messi, Pelé, Di Stéfano- lograron acopiar, y tuvo el mérito de salir de la miseria gracias a su gran habilidad hasta convertirse en un astro multimillonario, caprichoso y generoso, aunque bien poco ejemplarizante para una juventud que en su país (como en el nuestro) tiene grandes dificultades para instalarse en la vida. Y sin embargo, ha sido llorado por sus compatriotas y por innumerables aficionados al 'deporte rey'.
La razón de esta paradoja -tanta admiración otorgada a un sujeto siniestro- parte de una separación viciosa entre su extraordinario talento futbolístico y todo lo demás. Bien, es un modo de ver las cosas defendible, aunque no parece predominante en nuestros días, en que numerosos ídolos de diversas especialidades han caído a los suelos por incidentes en su vida privada que ni siquiera han tenido trascendencia penal.
Este dilema nos perseguirá eternamente porque probablemente no tenga solución. Nadie se ha parado a pesar si las conductas privadas de Fidias, de Sófocles, de Alejandro Magno, de Miguel Ángel, de Cervantes o de Goya han de ser resaltadas a la hora de valorar su obra. Y sin embargo, hoy cualquier desliz ideológico, cualquier maledicencia más o menos fundada, puede arruinar una gran biografía.
Hay muchos casos que podrían citarse: el plausible movimiento Me Too, creado contra el depredador sexual Harvey Weinstein, actualmente en prisión, condenado a 23 años por sus abusos, ha dejado víctimas inocentes en el camino como Woody Allen, exonerado reiteradamente por la justicia. La escritora J. K. Rowling ha sido abandonada por su círculo de beneficiarios -los actores de sus películas, entre otros- y maltratada por las instituciones tras poner en duda la ideología de género. Y Plácido Domingo ha sido víctima de una colosal anatema por su supuesta excesiva afición a las cantantes jóvenes, sin que haya mediado denuncia alguna, ni mucho menos sentencia condenatoria, y sin que el afectado haya reconocido la veracidad de la insidia.
El respeto a la dignidad de la mujer es un valor preeminente, no solo en sí mismo sino porque es justo proceder a una discriminación positiva hasta que cese su postergación y se haya controlado más firmemente el fenómeno indignante de la violencia de género. Pero nada debe oponerse a una aplicación racional de los criterios que se utilicen para no dejar muertos y heridos inocentes en el camino.
No sería posible, por la propia condición humana, desprender a una persona de sus actos, objetivar tanto su producción artística que pudiera contemplarse sin el marco social y psicológico que la envuelve. Pero estas evidencias han de ser tratadas con ecuanimidad y magnanimidad, siempre que los hechos cuestionables se acomoden en lo sustancial a los estándares sociales. Quizá fuera posible manifestar el debido reproche social a lo socialmente reprobable sin destruir la creatividad de un artista. Ortega dejó escrito en 'Mirabeau o el político' que había virtudes magnánimas y virtudes pusilánimes, y que el gran estadista mostraba siempre aquellas pero solía flaquear en estas.
En paralelo, permítanme manifestar aquí mi admiración por el genio de Plácido Domingo, cuyas grabaciones nos trascenderán a todos, aunque él y yo tengamos seguramente serias diferencias de criterio sobre el feminismo, la masculinidad y los derechos humanos.
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