La peste está en nuestras vidas, en algunas que ya se fueron y especialmente en las que se quedaron; no es un virus que viene y se va estacionalmente, naturalmente, como la gripe, sino que reaparece con el olvido, como una fiera jodidísima, nocturnal y ... microscópica que nos acecha. Y la gente ha decidido al final y en colectivo que el chinavirus no existe, porque el dolor y la enfermedad –piensa o cree el personal– desaparecen cuando no se habla de ellos o se veranea, terracea, alterna y aglomera.

Publicidad

Entonces, como un conjuro estival, el españolito se toma el vermú, que actúa a manera de vacuna. O sea, que el aperitivo ibérico –ya sea con acompañamiento de patatas fritas o banderillas– es mejor que los viales de ARN mensajero, de vector viral o de subunidades proteicas, que nos inoculan sin preguntar unos señores ataviados con bata blanca. Esta idea ha viajado populosa con las maletas, los niños y los suegros a la playita, entre el gentío, porque los españoles hacemos solubles las pandemias en una caña bien tirada, que es lo que nos gusta: no hay nada como elegir entre las tapas y la muerte, en unas vacaciones que nos están saliendo más caras y más austeras, a golpe de inflación.

Ante tanto disfrute y escepticismo, el director general de la OMS, el etíope Tedros Adhanom, que es un señor muy misterioso y a ratos sombrío, ha salido a la palestra y nos ha contado que las muertes por coronavirus han aumentado un 35% a nivel mundial en este cálido agosto, y ha añadido que «los riesgos de una transmisión más intensa y de hospitalización aumentarán». El sol agosteño, en complicidad con la jarana, los carburantes por las nubes y el anuncio de la subida de las hipotecas, han ido diluyendo todos los miedos.

Por aquí, 112.000 fallecidos «oficiales» después –los reales son muchos más–, empiezan a poner en marcha el centro nacional de salud pública, que el Gobierno prometió cuando la gente moría como chinches en 2020, «con personal de la más alta capacitación científico-técnica». A Sánchez no se le ha caído la cara de la vergüenza de anunciarlo ahora, desde la isla de La Palma, «cumpliendo con el compromiso y con una obligación derivada de la pandemia» donde no se hizo nada, vamos.

Publicidad

El nuevo organismo dependerá de Sanidad, a pesar de que la Sociedad Española de Salud Pública solicitó que fuese una agencia independiente. En definitiva, que estábamos en las manos de Dios frente a la bestia y algunos todavía no se habían enterado. Así que el gobernante, esa falacia con patas; y el españolito, «sagrado corazón de mi presi, en vos confío». Y razón de fondo a este último no le falta, porque la salud en esta España despeinada y de mentiras viejas ya se ha convertido en un asunto de fe.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad