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En la Sierra Bermeja, más allá de los caminos y de las mangueras, rompió a llover un milagro de millones de gotas sobre las hojas, sobre las brasas, sobre las viseras de los cascos y sobre los hocicos. «Y en un fanal de lluvias y ... de sol, el campo envuelto», escribió Antonio Machado y me imagino de nuevo «el limonar florido, el cipresal del huerto, el prado verde, el sol, el agua, el iris, ¡El agua en tus cabellos!»
De pronto, el sobresalto, el chispeo y al fin la lluvia mansa, y en Málaga era abril o también mayo, y el pinsapo y la rana de la charca, el zorzal y la liebre que temblando se protegía bajo el lentisco de aquel remolino de gritos, humo y pavesas, vivieron la primavera en pleno mes de septiembre. Quién dijo que llover era mal tiempo.
Solo hay algo comparable a la manera en que un hombre lucha por su vida y es la manera en la que lucha por su monte: cuando se abre paso entre las jaras pegajosas, la zancada larga, el repecho de la quebrada ardiéndole en los pulmones, yendo de frente al monstruo gigante y naranja que aúlla allí arriba como una bestia asmática.
Esa manera de correr, ay, que es exactamente lo opuesto al miedo, es la que hace humano al humano, lo que le empuja a entrar en la casa que se derrumba, echarse a nadar a la corriente que se lleva al turista y agarrar un fusil para defender a su familia. Espero que su viuda nunca me pida explicaciones por esta frase porque no sería capaz de dárselas, pero creo firmemente que la sangre de Carlos Martínez -el bombero de Estepona que falleció luchando contra el fuego de Sierra Bermeja-, es la gasolina última de nuestra civilización, la esencia de la raíz heroica que nos asiste y que he visto derramar en Bélgica, en París y en Donosti por tipos que, defendiendo a los demás, se estaban defendiendo a ellos mismos.
Digo que ver correr a una persona cuesta arriba a apagar un fuego es de esos momentos en los que uno puede casi tocar el hilo de acero, la cuerda de piano que une al hombre, no ya a la tierra, si no a su tierra, que son cosas distintas. Leo tanta literatura que proclama el amor al planeta así en general que ya me suena a poemilla de amor en Instagram. Hablo del animalismo de abrazaconejos y acariciadores de cristales de pajarería que después escupen sobre el hombre de campo. Hablo de esa gente que juega a lanzar proclamas sobre el agro desde el ecohuerto de la azotea de Malasaña, esos tipos para los que el campo es lo que pasa por encima del quitamiedos en la autopista y que quieren prohibir la ganadería porque rapta la libertad de la vaca y roba la leche de su ternero. Porque en el corral, el gallo viola a las gallinas. Hacen falta helicópteros y camiones cisterna, pero también pastores, queseros y ganaderos que vivan el campo y el monte bajo las leyes del campo y del monte. Solo así se mantendrá limpio y vivo..
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