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Insulso en general, el tan esperado debate naufragó en un mar de descalificaciones sin respuesta, de vacías propuestas, de teatrales aspavientos y gestos infantiles, de reproches callejeros y de atrezos efectistas sin efecto. En resumen: de mamadas y mamonadas. Era, con diferencia, mucho ... más entretenido seguirlo a través de Twitter o con tus colegas de WhatsApp que permanecer atento al estéril derroche de testosterona entre los candidatos.
Mucho lirili y poco lerele.
Analizando la performance de los intervinieres de izquierda a derecha, –por llevar un orden– habría que decir que Pablo Casado mejoró su rendimiento respecto a las citas precedentes, aunque, bajo mi punto de vista, dejó escapar la ocasión de presentarse como una alternativa real de gobierno empantanado en su obcecación por liderar la derecha. Buscando el cara a cara con un Sánchez zafador se encontró con Rivera en su papel de 'sparring', eludió enfrentarse con Iglesias e ignoró a Abascal.
Al presidente en funciones le funcionó la estrategia. Con la guardia firme y sin pisar el centro del ring, pocos fueron los golpes que recibió de unos y otros, terminando cada asalto en pie como si el combate no fuera con él. Con aire en los pulmones, lanzó propuestas orientadas a ganarse al electorado centrista donde se agolpan los indecisos que sus contrincantes parecen haber ignorado. Queda por saber si Sánchez completó o no el sudoku que tanto le entretuvo a lo largo de la noche.
Abascal mantuvo un tono moderado repartiendo estopa patriótica a sus oponentes casi de forma salomónica, aunque se le veía más agresivo cuando se enzarzaba a derechazos con Casado y Rivera que cuando se las veía con Sánchez e Iglesias. Si su objetivo era arañar votos a la derecha, yo diría que lo consiguió a pesar de que su anacrónico discurso siga sin calar en el votante moderado. Iglesias fue el que más claro lo tenía, el que mejor supo desenvolverse y, sin embargo, en ningún momento dio la sensación de estar cerca de alcanzar su objetivo: el compromiso de Sánchez de no pactar con los populares.
Muy seguro en sus planteamientos, fue el rey del «zasca», y a punto estuvo de hacer besar la lona al líder de Vox en un par de ocasiones. Por último, Rivera fue un «quiero y no puedo» constante. Empeñado en destacar como animador de la velada –como si lo del cachorro Lucas de la previa no hubiera sido suficiente–, rozó el bochorno al recurrir de nuevo a sus 'gadgets' sin importarle convertirse en un «meme» con corbata. Desconozco cuál era su propósito antes de empezar el debate, pero seguro que no consistía en seguir tirando votos para que otros los recojan.
En cuanto a los asuntos objeto del inexistente debate, los protagonistas no profundizaron en ninguno, limitándose a regalar a los televidentes su ya conocidas posturas en materia económica, laboral, social, corrupción, igualdad, inmigración, violencia machista, medioambiental, posibles pactos y memoria histórica. El 'procés', como se esperaba, acaparó buena parte de las intervenciones hasta el empacho, mutilando las alas a otros temas de interés que apenas planearon sobre el plató.
Sintomático y concluyente fue el uso del minuto de oro por parte de los líderes de los principales partidos de nuestro país. Nadie brilló. Era imposible como imposible es que el latón se confunda con el oro por mucho que otros se empeñen en pulirlo.
Y el domingo, de nuevo, todos a votar, que es nuestra obligación.
Y que alguien nos asista.
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