Según el diccionario de la Real Academia, magnanimidad es «benevolencia, clemencia». También «grandeza y elevación de ánimo». Y, por último, «desprendimiento o generosidad». Son sus tres acepciones. Magnanimidad es lo que hace unos días nos pidió el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a los españoles ... que no compartimos ni comprendemos sus planes de indultar a dirigentes condenados por el Supremo por los hechos que en 2017 desencadenaron la desconexión del Parlament de Cataluña, el referéndum ilegal del 1 de octubre o la Declaración Unilateral de Independencia: «La sociedad española tiene que transitar de un mal pasado a un futuro mejor y eso implica magnanimidad. Nosotros con nuestras decisiones vamos a conseguir convivencia».
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Me encantaría descubrir con facilidad esas virtudes en nuestros dirigentes. No ya en los independentistas y secesionistas, no aspiro a alcanzar tan altas cimas. Me conformaría con percibirlas –bondad, clemencia, grandeza, altura, generosidad– en los que tenemos más a mano, en los más próximos. Pero sobre todo, particularmente, en el propio presidente y su entorno político. No vaya a ser que la magnanimidad solo se aplique a la ciudadanía. O a la clase dirigente, pero solo cuando le conviene.
Yo he encontrado un ejemplo de magnanimidad en el exgerente del Hospital Clínico de Valladolid y del centro adscrito de Medina del Campo, que dimitió la semana pasada tras conocer un difícil y turbador caso de supuestos abusos por parte de un médico traumatólogo del comarcal fallecido en accidente de tráfico. Lo traigo a esta carta a modo de ejemplo por dos motivos: por su grandeza y por su generosidad. En estas páginas se expresa por primera vez en persona sobre lo sucedido, lo hace para compartir con la sociedad su versión de lo ocurrido, respondiendo a la periodista, Ana Santiago –que tuvo el acierto profesional de mostrar en exclusiva la carta firmada por 26 sanitarios que activó todo el caso–, como si lo hiciese prácticamente en sede judicial. Eso es poco corriente. Ahora todos los protagonistas de nuestro debate público miden cada comparecencia al milímetro, todo está calculado, maquillado, depurado... José Manuel Vicente solo pide que El Norte de Castilla sea fiel a su relato. Y El Norte, que no toma parte más que por la información veraz y el derecho de sus lectores a conocerla, es lo que hace en las próximas páginas: escucha, ordena y transmite su visión de lo sucedido.
Pero además de todo, Vicente pronuncia una frase extraordinaria, inaudita, una auténtica rareza en los tiempos que corren. Con ella culmina la explicación de su renuncia al cargo: «Han pasado cosas muy serias en un hospital que está bajo mi responsabilidad». Punto. ¿Se imagina usted que un día un alto cargo político que se ha visto afectado por un episodio que mereciese su dimisión se acercara a un micrófono y argumentara así su renuncia, con esa generosidad, no exento incluso de un punto de compasiva clemencia para con sus administrados? Primero, que aquí solo dimite quien no tiene más remedio. Pero segundo, incluso en tal supuesto, lo normal es escuchar excusas, postureo victimista o justificaciones ridículas como la de Pablo Iglesias: «Me han convertido en un chivo expiatorio», dijo camino de la peluquería.
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Independientemente de lo que alumbre la investigación en curso sobre la crisis en el hospital de Medina, sea o no responsabilidad de José Manuel Vicente, de todo o de parte, lo cierto es que su ágil determinación a la hora de responder fue propia, sin ningún género de dudas, de alguien con altura de miras que respeta la importancia del cargo que le fue encomendado y actúa en consecuencia. Punto.
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