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Magna: un 'Erasmus' capillita
Óxidos y Vallisoletanías

Magna: un 'Erasmus' capillita

«Me encontré en Sevilla con gente que hacía años que no veía en Valladolid, manda narices. ¡Como para huir de incógnito!»

José F. Peláez

Valladolid

Viernes, 13 de diciembre 2024, 09:03

Hay que ver la que han liado en Sevilla por algo que en Valladolid hacemos todos los Viernes Santos. Ellos lo llaman 'Magna' y nosotros 'Procesión general', pero vaya, que viene a ser similar, aunque, evidentemente, haya diferencias importantes de base y de concepto. No sé si saben lo que es una procesión 'magna', pero, por si acaso, se lo aclaro. Se trata de una procesión especial que reúne a numerosas cofradías o hermandades en un mismo evento, habitualmente fuera del calendario 'ordinario' –para entendernos– y que se celebra para conmemorar un acontecimiento importante dentro de la fe cristiana. Son procesiones con una relevancia significativa que se caracterizan por la participación de múltiples imágenes. En Sevilla, el fin de semana pasado ha tenido lugar una 'magna' como colofón al II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular. En ella han salido a la calle en la misma procesión la Virgen de los Reyes –patrona de Sevilla–, la Virgen de Setefilla –de Lora del Río–, la Virgen de la Consolación -Utrera-, la Virgen de Valme –Dos Hermanas– además de las cuatro imágenes más importantes de Sevilla: Gran Poder, Macarena, Esperanza de Triana y Cachorro. Esto, para los capillitas, es como Disneyland, como el 'All Stars' de la NBA, como la Champions League de la cosa, una cumbre del G8 que consiguió reunir en la ciudad a un número incalculable de personas.

Y no solo de Sevilla, claro, sino de toda España. Entre ellos de Valladolid, que es lo que yo quería contarles. Allí me planté yo el puente y allí vieron estos ojitos que se han de comer los gusanos del cementerio del Carmen a gente de Franciscanos, de La Luz, de Angustias, de Vera Cruz, de la Cena, del Santo Entierro, de la Sangre, de Pasión, de Piedad, del Despojado, del Nazareno y de Siete Palabras. Antes de que me fusilen, estoy seguro de que hubo gente de más cofradías y hermandades, así que dense todos por saludados, que no quiero líos. La cosa es que aquello parecía la calle Santiago. ¡Qué digo! ¡Parecía la playa de la Concha de Suances el 12 de agosto! Me encontré en Sevilla con gente que hacía años que no veía en Valladolid, manda narices. ¡Como para huir de incógnito! Se te ve más en la calle Feria que en Duque de la Victoria. En cualquier caso reconozco que me hizo ilusión verlos. Y no solo porque siempre hace ilusión saludar a paisanos, sino porque llevo toda la vida escuchando a media ciudad criticar a Sevilla, marcar distancias con ellos y, en cierto modo, despreciar su Semana Santa, que es la manera que tienen los mediocres y los ignorantes de relacionarse con lo que no conocen, con lo que no entienden o con las dos cosas a la vez.

Y deberíamos pensar en ello, pese a que no sea mayoritario. Porque veo mucho más respeto en Sevilla por Valladolid que al revés. Puede que me equivoque, pero todo el mundo allí comprende lo que somos, con independencia de que prefieran lo suyo. Y creo que, al revés, ese respeto no siempre se da. Se tiende a la caricatura, al esperpento, a la ridiculización y a la explotación de tópicos, ya saben, que si cantan, que si aplauden, que si aquello es un cachondeo. Y algo de eso puede haber en ciertos casos. Como, por cierto, también los hay aquí. Pero quien haya visto, por ejemplo, a 'Gran Poder' habrá visto un silencio, una seriedad y un respeto que ya querrían nuestras cofradías más serias. El silencio que arrastra el Gran Poder, que es tan grande que se puede oír hasta la respiración de los cofrades, no se ha visto aquí en la vida. Las cosas como son.

Y creo que más de uno se ha dado cuenta, por fin, de lo que el resto ya teníamos claro. Había muchísima gente que nunca había podido ir a poder ver una 'madrugada' de Sevilla porque ese mismo día ellos procesionan aquí. Esta ha sido su oportunidad y me alegra mucho que hayan ido a disfrutar y a aprender. Porque, aunque Sevilla y Valladolid sean incomparables y, cada una a su manera, sean cumbres, es evidente que nos ganan por goleada en casi todo y no pasa nada por aceptarlo. Exceptuando la calidad de las tallas –que es pareja, cuando no superior en el caso de Valladolid–, en el resto de los aspectos hemos de ir a aprender. Con humildad, naturalidad y esa manera de estar en el mundo que tiene la gente con la autoestima en orden y que no compite con nadie. Que un vallisoletano vaya a Sevilla solo puede ser bueno, como cuando Velázquez iba a Venecia a aprender de Tiziano o Ribera a aprender de Caravaggio. La historia de la grandeza es la historia de las influencias y no me cabe duda de que nuestra Semana Santa se verá reforzada después de que tantos cofrades hayan ido a Sevilla a aprender ciertas cosas, a empaparse de detalles, de cómo plantean sus altares, del cariño que les ponen a sus imágenes, de su forma de volcarse hacia su barrio, de su caridad hacia el prójimo, de no ver imposible nada que se ponga por delante y de cómo todos ponen todo su empeño para conseguirlo. Hay que abrirse, en definitiva, a lo externo. El encastillamiento y el cierre de filas solo lleva a la decadencia. Y, en algunos casos, a la hemofilia. Y eso genéticamente no es bueno, se necesita evolucionar e incorporar aire fresco sin perder un gramo de nuestro carácter.

Todos aquellos que odian al sur, en el fondo lo admiran. Todos los que se dan golpes de pecho, ven procesiones en YouTube en su casa cuando nadie los observa. Y yo no me puedo alegrar más de este 'Erasmus capillita' que, sin duda, nos mejorará como Semana Santa. Aunque haríamos mal en plantear aquí una Magna, como ya he oído: si algo hemos aprendido es que, por muy emocionante y por muy bello que haya sido, ha faltado 'relato', sentido, un motivo. En algunos momentos todo estaba 'fuera de cacho', inconexo, como un 'patchwork' con capuchones dentro del Belén. Faltaba contexto, discurso, razones. Y esto es sobre lo que debemos reflexionar todos, aquí y allí: que el éxito de la Semana Santa lo está masificando y está haciendo que todo pierda sentido y verdad. Todo esto no es un espectáculo, ni una experiencia ni un recurso turístico sino todo eso y mucho más, la expresión de un pueblo, de su Cultura y de su fe. La saturación de eventos va en contra de la Verdad y si seguimos así corremos el riesgo de vulgarizarlo todo, de perder misterio, profundidad y carácter. No podemos banalizar las cosas. Cada rito corresponde a un tiempo y por eso los símbolos siguen un itinerario que va más allá del despiporre, las ganas de ver pasos y el exhibicionismo desatado, con «el Cachorro muriéndose delante de los pastorcitos del portal», que dice Alberto García Reyes. O como dice Ignacio Camacho: «Si todo es siempre Semana Santa se pierde su valor, su espíritu, su rango, sus claves, su jerarquía en el sentir comunitario».

En cualquier caso, ha sido bonito, emocionante y enriquecedor. Porque no solo los cofrades se han expuesto a nuevas formas de las que aprender sino, sobre todo, todos hemos sido cofrades de acera por un día y hemos visto una ciudad que se vuelca en la calle con lo suyo, pero abierta por completo con los que vamos de fuera. Y donde siempre da gusto volver. Casi tanto, como a casa.

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