Antonio Benaiges fue un maestro republicano nacido en la provincia de Tarragona al que asesinaron el 19 de julio de 1936, cerca de Briviesca, (Burgos). Ejercía su oficio en la escuela unitaria de Bañuelos de Bureba, un pueblo próximo a Briviesca. La historia, con ... pequeñas variantes, la conocemos porque los asesinatos, llamados paseos para atenuar el golpe macabro, fueron incontables. De ambos lados, por supuesto.
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Lo que hace José Antonio Abella en su última novela, 'Aquel mar que nunca vimos', al centrar la mirada en este maestro que abrazó métodos pedagógicos innovadores, es indagar en el radicalismo y en la ofuscación de los españoles, el pueblo de cabreros del que habló Gil de Biedma. Los de entonces y los de ahora, pues algunos se han acercado a la biografía del profesor como si estuvieran haciendo una hagiografía. Abella aborda al personaje de manera sutil y rigurosa, tirando de muchos hilos con los que, al final, forma una madeja, es decir, la novela, una espléndida novela.
Antes que novelista, Abella trabajó como médico rural y su primer destino, con 23 o 24 años, fue Buñuelos de Bureba. Qué casualidad. Pues bien, en los cuatro o cinco años que ejerció como médico allí, ningún paciente le habló del que fuera su profesor entusiasta, aquel hombre que les había prometido enseñarles el mar que bañaba su tierra catalana. ¿Por qué el silencio? ¿Por miedo?, ¿Por vergüenza? ¿Por qué? Las heridas que no supuran crean infecciones que se convierten en pudrideros para la carne sana. Abella trata de meter el bisturí en esta herida y lo hace con rigor científico, por más que estemos hablando de una novela y no de un libro de historia.
Para ello ha rastreado la vida de los diecisiete niños que aparecen junto al profesor en la foto de la portada y ha arrancado testimonios de los que quedaban vivos, porque, a estas alturas, algunos fueron arrastrados por la muerte. Y no solo ha pulsado la opinión de los alumnos, también ha revuelto archivos, ha consultado con historiadores, maestros, jueces y familiares. Y al final, nos ofrece una novela conmovedora en su desgarro. Porque, como decía al principio, la historia nos coloca ante nuestro propio espejo, es decir, ante nuestra intolerancia y nuestra ofuscación radical.
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Soy amigo del novelista Abella y tuve la suerte de leer el manuscrito. En un día y medio, enfebrecido, di cuenta de las más de quinientas páginas de esta novela ardiente que acaba de salir en Valnera, una pequeña editorial cántabra. Aquella gozosa lectura hizo de mí una persona más tolerante, menos radical. Sí Abella había dado muestras en obras anteriores de su buen pulso narrativo, creo que es aquí, con el maestro catalán, donde demuestra su madurez absoluta.
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