La política espectáculo está instalada desde el siglo pasado en nuestras grandes democracias, con la particularidad de que el clamor mediático de las fuentes convencionales, con la televisión al frente, ha encontrado el reverberador de las redes sociales para modular la información que fluye, con ... una consecuencia clara: el discurso predominante en cada momento, que es el que circula a través de internet, mantiene una relación distante y a menudo tormentosa con la realidad, de forma que los dilemas se tergiversan y, con mucha frecuencia, las propias elecciones dirimen binomios que no existen en la naturaleza.

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En el caso de Madrid, que va a elecciones el próximo día 4 de mayo, el espectáculo está bien a la vista: Díaz Ayuso, la oficiante mayor, hábilmente adiestrada desde bastidores por Miguel Ángel Rodríguez -algún analista con mala uva ha dicho de él que quien fue capaz de llevar a Aznar a la Moncloa ya puede obrar toda clase de milagros- ha conseguido victimizarse a costa de la pandemia. Ella es partidaria de un Madrid alegre y confiado ('La ciudad alegre y confiada' de Jacinto Benavente fue casualmente continuación de 'Los intereses creados'), abierto y divertido, lugar de ocio y esparcimiento, que además de ser el 'rompeolas de todas las Españas' como dijo de él Antonio Machado, se convierta en la meca de todos los juerguistas de Europa que huyen del frío glacial del Norte y se refugian en el casticismo de aquí.

En realidad, pese a esta imagen desenfadada, Ayuso no ha tenido más remedio que aplicar muchas de las limitaciones a la movilidad y de las medidas de seguridad que se han adoptado para combatir la feroz covid-19, a la vez que ha debido acatar las normas dictadas al amparo de los estados de alarma y de los acuerdos conseguidos en la conferencia interterritorial, pero sus asesores han logrado que pareciera que ella era la defensora en positivo de la autodeterminación, del bullicio callejero, de la alegría proverbial de Madrid. Los bares y restaurantes abiertos en los peores momentos han sido el símbolo de la frivolidad que se espera de una ciudad optimista y vital; un símbolo que ha agravado la tragedia y que, por buen gusto, no voy a cuantificar aquí.

Tan solo citaré un dato, proporcionado esta semana por 'La Vanguardia': La plataforma Envejecimiento en Red, que colabora con la Fundación General CSIC y el Instituto de Economía, Geografía y Demografía (IEGD), ha estudiado los estragos producidos por la pandemia en las residencias de mayores. La estadística oficial, la facilitada por el Ministerio de Sanidad, recoge alrededor de 30.000 muertos en esos centros desde el inicio de la pandemia. Pero este no sería un número real, pues muchos de los fallecidos en el momento más crítico de la primera ola en los geriátricos (marzo y abril del año pasado) no se achacaron al coronavirus al no existir prueba diagnóstica. Hecha esta salvedad, La investigación parte de la premisa de que cabría suponer que las defunciones por covid «tendrían que distribuirse de forma proporcional al número de residentes en geriátricos de cada comunidad».

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Pero no ha sido así: Según esa investigación, en las residencias de Madrid (si el número de fallecidos se compara con el número de residentes) la incidencia de defunciones en esos centros es casi un 53% superior a la media de muertos registrados en geriátricos de España. Las razones de ello son varias, pero la principal es que «se aplicó un protocolo de exclusión de la atención sanitaria en los hospitales de referencia a los residentes enfermos que tenían deterioro cognitivo o discapacidad motriz. Y esta exclusión se aplicó desde mediados de marzo hasta mediados de abril del año pasado, así que no se medicalizaron las residencias a pesar de que hubo sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Madrid para que se llevara a cabo esa medida».

Frente a la Ayuso reclamando a grandes voces libertad para los ciudadanos, que nunca han dejado de ser libres desde que conquistaron la democracia, Gabilondo ofrece una gestión seria, informada, de una autonomía presa en dosis excesivas de demagogia y que vive, desde que arrancó la tragedia, al borde de la impostura. Es la razón frente al espectáculo. Por esta asimetría, en este país, el resultado de una confrontación así es altamente incierto.

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