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Todos los paletos, fuera de Madrí», cantaba Séptimo Sello. Desfilen, en orden y con la cabeza gacha, vuelta a ese terruño que algún día abandonaron en busca de una terracita en la que tomarse una cerveza después de malvivir. Que lo de malvivir no ... lo cantaban ellos, que lo describía con esa locuacidad peligrosa de las campañas electorales la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso. «Hay grandes distancias, el nivel adquisitivo de la ciudad es complejo, porque es una comunidad donde se paga mucho y el precio de las viviendas es alto».
Casi me ha convencido de ir para allá y repartir hamburguesas para cualquier 'glovodelivero' esclavizador utilizando el metro. Podré presumir de esos cines y teatros a los que no iré porque no tendré tiempo, o de esos museos a los que jamás acudiré porque me dará pereza coger el coche hora y media para ir al centro el día que no deba coger el coche hora y media para ir a trabajar.
Madrí, como concepto vital, es invivible para mucha gente. Como modelo económico, como imán concentrador de toda la actividad, es devastador para los territorios que la rodean. Políticamente, es Madrí la que impone los pactos de Gobierno en Castilla y León, por ejemplo, y trata de designar candidatos con unos dedazos cargados de soberbia, lo que garantiza que serán sumisos a Madrí cuando gobiernen sus insignificantes provincias.
Pero Madrí no es un caso aislado. El modelo imperante en el mundo pretendidamente civilizado es el de la concentración en urbes insostenibles. Revertir ese modelo es la única opción para corregir los desequilibrios. Y, como conclusión a la frase de Ayuso, vivir mejor, ya de paso. Lo afirma un paleto que hizo caso a la canción.
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