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La gente es tan escrupulosa que no quiere vivir al lado de un estercolero. ¡Será señorita! Los cuerpos excretan y en nuestra casa contamos con un retrete o excusado. Los animales que comemos también excretan. Y en qué proporciones. Según come el mu, así caga ... el cu. La tierra soporta callada el peso de las deyecciones. Toneladas y toneladas de deyecciones. El estiércol ha sido un coadyuvante de la agricultura. En la sociedad tradicional se apreciaba mucho la palomina y la gallinaza porque mejoraba la calidad de las judías o de los tomates.
Lo que pasa es que la gente no quiere que le caguen encima ni que derramen toneladas de mierda en los alrededores de su casa porque entonces su pueblo se convierte en un estercolero y nadie quiere vivir al lado de un estercolero. Y eso es lo que hacen con nosotros, con los pueblos de la España callada. Primero nos expulsan y luego, cuando no hay capacidad de resistencia, cuando somos una sociedad envejecida y debilitada, nos endilgan el venenoso regalo de las macrogranjas bendecidas por el gran coladero de una legislación permisiva.
Las macrogranjas se convierten así en la puntilla para los pueblos ya que cuentan con la aquiescencia de la Junta de Castilla y León. Los procesos de engorde se han especializado y ahora, para obtener más rentabilidad, se precisan grandes naves de engorde. Miles y miles de cabezas. Si fuéramos chuscos y primarios, pediríamos a los granjeros capitalistas que se lleven las macrogranjas a Madrid o a Bilbao donde va a ser consumida la carne. Seguro que ellos, desde sus despachos de Madrid o Bilbao o Barcelona, despliegan un mapa sobre la mesa y señalan: Zamora, Soria, Segovia... Tierras envejecidas donde no van a encontrar capacidad de respuesta para combatir a los monstruos de diez mil, veinte mil o treinta mil cabezas. Toneladas de mierda para las tierras sumisas y resignadas.
Los nitritos en el agua son un problema gordísimo extendido en muchas comarcas, una verdadera peste. Y una peste son los hedores nauseabundos que espantan a los potenciales turistas de las casas rurales. Porque nadie en su sano juicio quiere vivir en un estercolero. La tierra no es una abstracción. Si la masacramos, nos masacramos a nosotros mismos. Somos pocos y envejecidos, pero tenemos la obligación moral de respetar la tierra en la que descansan nuestros antepasados. Y de trasmitirla lo más pura posible a las generaciones venideras. No es tan difícil.
Como decían los indios norteamericanos, la tierra no es nuestra, somos nosotros los que pertenecemos a la tierra. Ojalá cale este lema en la cegata e insensible Junta de Castilla y León y detengan esta avalancha de macrogranjas, esta peste endémica que sufre la España vacía y resignada.
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