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Oposición a la instalación de macrogranjas en Herrera de Pisuerga (Palencia) en julio pasado. Victoria Díaz

Macrogranjas

En tal día como hoy me pregunto qué habría dicho Delibes de esa amenaza para esta tierra

Ignacio Sanz

Valladolid

Sábado, 17 de octubre 2020, 08:20

Hace cien años, tal día como hoy, nació Miguel Delibes, el gran novelista y defensor de la dignidad de la gente del campo y, de paso, el defensor de la naturaleza, cuando la naturaleza no formaba parte de las preocupaciones de una sociedad que bastante ... tenía con tratar de sobrevivir. Jugó al ratón y al gato con la censura hasta que, hartos de su filibusterismos, los gerifaltes le apearon de la dirección de El Norte, el periódico que este año le celebra por todo lo alto. Hasta ahí llegaba el poder omnímodo del régimen que, ¡vivan las cadenas!, produce nostalgia en recalcitrantes patriotas. Es un honor colaborar en el periódico del que Delibes fuera director.

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En tal día como hoy me pregunto qué habría dicho Delibes de las macrogranjas que amenazan nuestra tierra en Palencia, Burgos, Zamora, Soria o Segovia… provincias severamente castigadas por la despoblación. Las macrogranjas suponen el triunfo del capitalismo más cegato y depredador. Miles y miles de cabezas de ganado porcino que producen toneladas y toneladas de deyecciones que van a parar a las tierras circundantes hasta saturarlas. El estiércol que, en proporciones adecuadas resulta un factor estimulante para la agricultura, se convierte así en un veneno pestífero que hace insoportable la vida de la poca gente que queda en los pueblos donde estas granjas proyectan su presencia.

La provincia de Segovia sabe mucho de las consecuencias nefastas que provoca la saturación de deyecciones en el envenenamiento de las aguas. Para que las granjas se instalen necesitan permisos. El más importante, el decisivo, procede de La Junta de Castilla y León. Yo no sé quién nos gobierna, quiero decir que ignoro por qué el consejero Suarez Quiñones, ante amenazas de este calibre, no se apresta a cambiar las leyes para que semejante horror devenga una ilegalidad. No imagino macrogranjas en El País Vasco o en Asturias, comunidades sensibles al valor del paisaje.

Ya sabemos que el capitalismo suicida no sólo no tiene rostro, sino que se enmascara tras las cifras millonarias para difuminarse. Pero sería oportuno conocer el rostro de los técnicos que asépticamente dan informes positivos, conocer a los directores generales de la cosa para decirles que, una vez concedido el permiso, al menos imaginariamente, se vayan a vivir allí, a la tierra que ultrajan, una tierra que luego sufrirá problemas de arsénicos o de nitritos, hasta convertirse en un estercolero. En definitiva, granjas que vacían todavía más las comarcas donde se instalan porque nadie, a poco juicio que tenga, desea vivir en un albañal rodeado de miles de toneladas de porquería nauseabunda.

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Quiero pensar que también Delibes se habría llevado horrorizado las manos a la cabeza ante esta amenaza que, horror de los horrores, cuenta con las bendiciones de nuestras autoridades.

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