Lupo y la tierra quemada

Aquí Lupo, digo, que no sale ni a por ratones. Que a las horas del Tour ha estado como ido, perdido. Huele de lejos los incendios, pues es un perro ecologista. Nada le duele más que perder el patrimonio forestal, y por eso está mohíno. Ha aprendido a entender el cambio climático; la resina del pinar le huele/duele demasiado en la pituitaria, y está triste.

Se ha hablado de la tristeza del calor. Del calor de la tristeza. Y esto también de los animales apagados cuando los termómetros ya se ponen africanos. Lupo busca la sombrita, y en su mirada de canícula yo ya entiendo su desvelo por los calores presentes y futuros.

A la noche, en un barreño, se relaja a la luz de las estrellas. No puede con el calor, pasado un umbral razonable y perruno, y yo lo compadezco.

Quiero recordar a Lupo con el vaho del pinar, una mañana de invierno. A Lupo, los incendios atroces lo tienen deprimido. Éste no es su verano. Piensa en aquello de «todos contra el fuego», y su carita no es la misma. Poco puede hacer más que olisquear la rosa de los vientos, la tierra quemada, y rezar lo que sabe.