Lupo viene ya cansado. Lupo, mi perro, teme a las ratas trepadoras y le ha dado por venirse de mi vera al bar de la Gasolinera, que es por donde más cerca del pinar dejan el periódico. Los ojos de Lupo hay que verlos, claro, ... pensando en estas cosas de la remodelación del Gobierno y pensando qué será de Ábalos. Porque Ábalos, se sabía, no le iba a llevar el tren a nuestros hermanos de Extremadura, pero esa promesa incumplida ya sonaba a 'meme» berlanguiano de un ministro que se parecía mucho a España.

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Lupo, que tiene el olfato lírico y periodístico en plena forma, sabe que en Ábalos, aparte de las friegas de Brummel, hay algo más. Que pueda cantar todo, que empiece a sacar datitos de lo que ha sido el invento éste del Gobierno de Coalición. Porque Ábalos puede caer mal o peor, pero no da una literatura carpetovetónica que salía de ese ministerio suyo que poco hacía, el pobre. Lupo ve la fotografía de Ábalos y se olvida del miedo a las ratas trepadoras y Lupo pregunta, en un silencio que da miedo, que qué será eso de ser socialista y español. Aquí y ahora.

En esta muerte civil del tito Ábalos, con resol musical de pasodoble mal tocado, a los que tenemos perro y el oficio de seguir la actualidad se nos queda una sensación de orfandad de la política macho que tiene más carajillo que de consigna de serie HBO. Los días que Ábalos tenía que madrugar y hablar de geopolítica o de Vox en Badajoz –es un suponer– eran los más nuestros. Lupo y yo nos encadenábamos al 24 Horas y exclamábamos: Ecce Hommo.

Con Ábalos de vacaciones forzosas todo es más aburrido. Por eso merece que Lupo y yo lo recordemos a nuestro entender.

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