De i a d; Mark Zuckerberg, Lauren Sánchez, Jeff Bezos, Sundar Pichai y Elon Musk, en la ceremonia de investidura de Donald Trump. Efe

La revolución de los más ricos

«Quizá la otra misión de colonizar con humanos Marte, que él y Musk comparten, no sea -al fin y al cabo- descabellada»

Luis Díaz Viana

Valladolid

Sábado, 1 de febrero 2025, 09:06

La llegada al poder de Trump en USA ha servido para revelar algunas cosas: por ejemplo, que se retrataran cuantos aquí -en España y Europa- están de acuerdo con sus ideas y celebran como propia su victoria. Y son muchos más de lo que pudiera ... parecer. El que Abascal se halle entre éstos no representa, sin embargo, ni descubrimiento ni sorpresa. Es, de hecho, uno de los pocos españoles que -representando a uno de los grupos de extrema derecha del Parlamento Europeo- asistió a la ceremonia de entronización del personaje; y que, además, actúa como cabeza visible de la «terminal española» del movimiento o corriente global que aquél lidera: la multinacional lobista de un radicalismo marcadamente reaccionario.

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Pero, con estos antecedentes, sorprende que el político en cuestión declarara, tras la «coronación de Trump» (pues eso pareció el evento), que el momento de posesión de su cargo como presidente norteamericano marcaba «el fin del globalismo». Choca que, utilizando -como hizo- de manera correcta el término, Abascal se enterara, a lo que se ve, tan poco de lo que había pasado ante sus ojos; o prefiriera mentir hasta tal punto. Y es que no cabe decir que «el globalismo» finaliza cuando algunos de sus grandes impulsores -que no son sino los magnates de las grandes compañías tecnológicas- se encontraban en primera línea y justo a la espalda de Trump en el acto de investidura.

La significativa fotografía ponía de manifiesto, para los que aún tuvieran dudas, que el globalismo no se corresponde, ni mucho menos, con un fenómeno de orientación ideológicamente progresista; ni constituye -en sí- un instrumento liberador o que favorezca intrínsecamente una mayor participación democrática. Por el contrario, se ha demostrado -ya- que funciona como una eficaz herramienta de dominación, manipulación y poder.

La presencia, allí, en un lugar preferente, de los tres hombres con más dinero de los EE. UU. y del mundo, ponía de manifiesto de qué va esto: del chalaneo hacia dentro y fuera; de la descarada intimidación respecto a las venerables instituciones norteamericanas y de una amenaza hacia los líderes de otros países (especialmente de Europa). Esto va de «la revolución de los más ricos», así que no deja de resultar tan lúcida como conmovedora -e incluso ingenua- la apreciación de Bernie Sanders a propósito del discurso de Trump, apuntando que éste «obvió casi todas las cuestiones de calado a las que se enfrentan las familias trabajadoras de Estados Unidos».

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No menos grave fue la escenificación de la traición de los «pretendidos patriotas» europeos, compadreando con quien pondrá aranceles a nuestros productos o permitirá la invasión de territorios de Europa -como ya ha expresado- si Putin decidiera hacerlo. De final del globalismo, por tanto, nada; cuando los oligarcas tecnológicos que han apadrinado a Trump dedican para alimentar sus redes un montón de dinero -privado y público-; o lo desvían para difundir sus mentiras y autopropaganda. A través de tales medios, están imponiendo su «nuevo orden» de «hombres nuevos» (por supuesto blancos), basado en una vaga y confusa mitología de cómics fascistoides o películas de serie B; así como en una fascinación por los adelantos de la tecnología, que no de la ciencia. Lo cual, ha de decirse, los nazis compartían bajo sus ropajes goticistas.

No obstante, sería un tremendo error tomarse los aparentes dislates de Trump o sus padrinos a broma, como haría Kamala Harris ante la famosa frase sobre «los emigrantes que comían perros y gatos». Todo lo que dice Trump busca -y casi siempre encuentra- un sentido. Y si ha anunciado una «edad de oro» para los EE. UU., no debe pensarse que espera conseguirla en cuatro exiguos años de mandato. Es el ungido por Dios para esa misión -como también ha dicho-, por lo que no descartemos que prorrogue su presidencia o nombre un sucesor de su familia. Quizá la otra misión de colonizar con humanos Marte, que él y Musk comparten, no sea -al fin y al cabo- descabellada. Y tengamos que huir nosotros o mandarlos a ellos para allá, ahora que se diría que la necedad y la desvergüenza se han apoderado -una vez más- del mundo.

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