A estas alturas del proceso que nos lleva a las elecciones de julio, probablemente no valga ya la pena preguntarse mucho más. No sólo sobre la oportunidad de la fecha elegida, sino tampoco acerca de la conveniencia táctica de haber convocado tan pronto los ... comicios, justo detrás del importante descalabro que el voto de los ciudadanos causó hace dos semanas a las formaciones de izquierda. Sin embargo, sesudos analistas se han ocupado en desmenuzar los «posibles motivos de Pedro Sánchez» para –quizá algo precipitadamente– tomar tal decisión.
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Y se suele coincidir en el diagnóstico de conjunto: por un lado, el presidente habría escogido adelantar las elecciones por una poderosa razón «hacia fuera», la de mantener (e incluso mejorar mínimamente) los resultados que se han tenido; o –si se quiere decir de forma más grosera– «para salvar los muebles», porque trasladados a una dimensión nacional, que es la de diputados y senadores en las Cortes, no serían en realidad tan malos. De otro lado, Sánchez preferiría «jugársela» ahora que seguir soportando –«hacia dentro»– las objeciones de sus socios de gobierno y la más que posible crítica desde el propio partido. Fuera por lo uno o por lo otro que nos encontremos en la situación actual, no parece demasiado reconfortante que ninguna de las dos razones fundamentales del adelanto en cuestión tenga poco o nada que ver con los intereses reales del país; y sí con los problemas de Sánchez para mantenerse en el poder «dentro y fuera»: no vaya a acabar siendo literalmente defenestrado en su misma casa del PSOE, como ya lo fue una vez en el pasado.
Por cierto, que el regreso a su gabinete de confianza de dos personajes como Antonio Hernando u Óscar López, que –cada uno a su manera– no es que hubieran destacado por la lealtad en aquella ocasión, no auguraba cosa buena; cuando, en el caso del segundo –verdadero campeón en fabricar fracasos electorales (comenzando por el suyo en esta Comunidad de Castilla y León)–, la idea de ponerle a los mandos de la campaña anterior únicamente puede explicarse desde la persistencia de una latente pulsión suicida en el seno de los partidos políticos. Véanse los ejemplos de Ciudadanos o Podemos, que sacan bastante ventaja al PSOE y el PP en esto de arrojarse por el precipicio, pero no han sido ni serán los únicos.
Otro tema de debate de estos últimos días ha sido el de las claves de una derrota tan importante como inesperada hasta para los vencedores; y ahí es donde las hipótesis dadas por uno y otro bloque divergen enormemente. Las que suelen repetirse desde la derecha son tan simplistas como exageradas, pues se diría que todas remiten –en su instancia final– a la perversidad intrínseca del llamado «sanchismo»: ese mal que asolaría a nuestra nación y que (según los líderes conservadores) debería ser «derogado» cuanto antes. Desde la izquierda, se insiste –de otra parte– en la «ola reaccionaria» que amenazaría al mundo o en la ceguera e ingratitud de «las masas» al votar no a quienes podrían defenderlas de tamaño peligro, sino a sus auténticos verdugos.
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La intervención de Sánchez ante sus parlamentarios al día siguiente de las elecciones fue paradigmática; pero abrazarse al enfado y los reproches porque «el favor del pueblo» te abandone no constituye la mejor iniciativa para recuperarlo; ni parece que en su entorno inmediato tampoco se hayan preguntado –detenidamente– por otras causas. Y, además de lo equivocado de la estrategia de volver a plantear las futuras votaciones como un plebiscito entre bandos, hay una razón –no menor– que se desprende de los argumentos esgrimidos por Sánchez en la previa campaña: así, decía él (refiriéndose a la batería de leyes promulgadas en época reciente) que su gobierno, a diferencia de la oposición, «actuaba». No obstante, «actuar» y «legislar» no siempre son equivalentes.
Produciéndose, con muchas de esas nuevas normativas, la sensación de que el gobierno ratificaba –empujado por su ala más radical– el abandono definitivo del centro político; y renunciaba el PSOE, así, a un sector sustancial de «votantes naturales» muy incómodo con la creciente tensión en nuestra sociedad.
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