Europa Press
Opinión

¿Qué va a ser de nosotros?

«Lo preocupante está en que, desde cada vez más países europeos, nos llegan noticias de que los partidos de ultraderecha suben en intención de voto o alcanzan directamente el poder»

Luis Díaz Viana

Valladolid

Sábado, 9 de noviembre 2024, 08:32

Entre las consignas más delirantes que la multinacional de la ultraderecha está diseminando por todas sus áreas de influencia, figura una que no por reiterativa o banalizada deja de resultar monstruosamente transcendental: se trata de la idea de que, tramado por perversas élites, existiría un ... plan de gran reemplazo étnico en marcha. Esa sustitución poblacional en los países occidentales de sus moradores hasta el presente por gentes venidas de las antiguas colonias de África, América u Oceanía tendría por objeto -según quienes pretenden desvelarla- el debilitar la «identidad europea blanca».

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Cosas como ésta y otras por el estilo son -probablemente- ocurrencias que los mismos que las propagan no se creen, pero eso no importa demasiado, ya que algo siempre queda en las mentes de muchos posibles votantes; tales patrañas juegan con el temor y odio de nuestras sociedades a lo extraño y distinto de forma muy hábil y en absoluto ingenua. El mensaje cala tanto que aún colea la convicción en el disparatado rumor de que gatos y perros eran comidos por los haitianos desplazados a Ohio (de manera, por cierto, nada ilegal). Cuando a quienes habría que temer es a los políticos que aterrorizan a la población con semejantes inventos, pues no reparan en escrúpulos para conseguir sus fines.

Tras estrategias así emergen clasismos y racismos por igual, ya que los eslavos, asiáticos o árabes que vienen a comprar casas y a invertir en negocios son bien recibidos. Lo que tampoco se admite fácilmente es que el que llega pobre y después prospera no quiera hacer olvidar sus orígenes. Por eso, la rabia de raza y clase surge entre los hinchas de fútbol frustrados ante la derrota de su equipo, suscitando que descerebrados abducidos por barbaridades como las señaladas arriba insulten a jugadores tan españoles -por lo menos- como ellos y que, además, consiguen títulos internacionales para el deporte de nuestra nación.

No importa: para los 'odiadores' a que me refiero son 'moros', son 'menas', 'panchitos', 'sudacas', 'negros de mierda', 'muertos de hambre', individuos que no deberían haber entrado a este país y que si -a pesar de ello- se encuentran aquí ha de ser para, como mucho- «vender pañuelos en los semáforos»; aunque hayan nacido en España, se educaran aquí, o abracen y representen la cultura española con orgullo demostrando un enorme talento, como es el caso de Lamine Yamal. Estupideces como las que han quedado señaladas arriba o muy parecidas fueron -repetidamente- dichas por representantes políticos de esta Comunidad Autónoma, no hace tanto tiempo; pero ése no es el problema. De hecho, en pocas zonas de nuestra nación -si exceptuamos la real y acuciante situación de Canarias al respecto- hay avalanchas migratorias que se presten a la manipulación del miedo por parte de organizaciones políticas de carácter racista.

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Lo preocupante está en que, desde cada vez más países europeos, nos llegan noticias de que -cabalgando a lomos de la reacción de la ciudanía ante la sensación de sentirse 'invadida' y ninguneada- los partidos de ultraderecha suben en intención de voto o alcanzan directamente el poder. En los USA, el asunto se torna gravísimo, puesto que Trump se encuentra en la mejor posición para volver a ejercer «su» presidencia. Y, por cierto (lo cual tampoco constituye detalle desdeñable), de la mano de Musk: dos multimillonarios que -desde sus comienzos- se han movido zigzagueando por la línea que separa la legalidad de la ilegalidad. Porque estas elecciones norteamericanas, así como el dominio del planeta, va de disputas entre ricos por lograr la desregulación política y jurídica que sea más favorable a sus intereses sectoriales. Unos venden estabilidad; otros, conflicto. Mientras, vemos el espectáculo sin darnos suficiente cuenta -quizá- de que los 'productos' que comprar y poner a la venta, o las «balas» que se disparan en esta guerra, somos nosotros mismos, pueblo de aquí o de allá, hombres y mujeres de todas partes, gentes corrientes, incautos ciudadanos. Pero, ay, ¿qué podemos hacer? Cuando suenen las atronadoras trompetas del juicio final ¿qué pasará con el mundo? ¿qué va a ser de nosotros?

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