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Desde el gobierno de nuestra Comunidad Autónoma se ha criticado que la llegada de inmigrantes procedentes de Canarias a León no fuera convenientemente anunciada ... por la administración central. Pero el disenso no se limita a las acusaciones cruzadas entre los representantes del PSOE y del PP en las Cortes de Castilla y León, pues parece que, en el propio gobierno autonómico, no hay acuerdo en relación con la política que habría de llevarse a cabo respecto a la inmigración. Y es que, mientras las voces de la parte gubernamental correspondiente a Vox se muestran tajantes en torno a la «invasión» de extranjeros ilegales y el peligro de «islamización» de un medio rural ya de por sí despoblado, los líderes o portavoces del PP se desmarcan un tanto de esa visión alarmista; y defienden que esta tierra constituye un ámbito «solidario y de acogida». Disconformidad que tampoco es nada nueva, ni siquiera exclusiva de unas regiones o países europeos determinados: se trata de una divergencia que viene de atrás y que afecta a las derechas de toda la UE.
Así, quienes se encuentran en las posiciones más radicalmente nacionalistas agitan y utilizan el argumento de ese miedo a ser «ocupados», cuando los partidos conservadores han tolerado, si no favorecido, la llegada de inmigrantes –legales e ilegales– durante las últimas décadas. Es un hecho que esa «inmigración masiva» empieza a producirse en España con el gobierno de Aznar y continúa creciendo al amparo de los gobiernos posteriores, independientemente del signo político o ideológico. Porque la derecha no se halla menos dividida y fragmentada que la izquierda, según vamos comprobando: siempre hay un nuevo partido, más allá de las lindes establecidas por cada una de ellas, que reclama mayor espacio e influencia; o soluciones más simplistas y duras, cuando –paradójicamente– habrían sido las recetas de austeridad e insolidaridad social las que contribuyeron a hundir a los mismos sectores de población que ahora votan y respaldan a los ultranacionalismos europeos. Sin embargo, quizá atacar a todas las derechas reduciéndolas a una sola o extrema no sea la mejor táctica y ni siquiera una verdad a medias. E igual al revés.
Ya que de cuáles sean las relaciones y complicidades entre la derecha moderada y las opciones ultranacionalistas o antisistema dependerá el futuro de Europa en los próximos años. Dado que los distintos ultranacionalismos no se interesan por desarrollar el proyecto de la UE, sino que más bien se afanan en deshacer lo que habíamos conseguido construir. Su misma idiosincrasia los lleva a que sus políticas se enfrenten territorialmente, aunque compartan unos similares lemas o consignas, bulos y propagandas. Todos son muy amigables entre sí, hasta que –presa de las muchas paradojas antes señaladas– los ultraderechistas franceses, por ejemplo, capitanean la reacción contra los productos agrícolas de España que entran en Francia; o Meloni, en Italia, procura desviar los inmigrantes que arriban a sus fronteras en dirección a las de sus vecinos.
Daría la sensación de que ni los líderes de estas formaciones, ni un buen número de europeos, fueran conscientes de que se salva Europa o nos perdemos todos. Que es tarde para dar la vuelta atrás; que el mundo ha cambiado mucho y muy rápido, de modo que un pequeño país europeo independiente tiene pocas posibilidades de sobrevivir o no perecer en él sin la protección de un bloque europeo y la defensa de la OTAN. Ya lo estamos viendo con el ataque de Rusia a Ucrania, acerca del cual hay una contradicción no menos obvia: que son los extremistas de uno y otro bando quienes obstaculizan el apoyo bélico a ésta e incluso manifiestan algo semejante a la admiración ante un autócrata criminal como Putin. Seremos Europa o nada. Creer que se puede regresar a los nacionalismos de antaño resulta demasiado ingenuo y bastante estúpido. Y obstinarse en que las cosas han de resolverse de forma tan sencilla –cuando la problemática internacional se vuelve cada vez más compleja– es ilusorio. El riesgo, además, no está sólo en el recorte de derechos hacia dentro, sino en lo inerme que quedaría la UE hacia fuera.
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