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Hay quien, en las tertulias televisivas, ha creído percibir paralelismos entre el famoso e histórico caso de Watergate y lo que se va sabiendo de las presuntas corrupciones de Aldama. Sin embargo, no parece que resulte apropiada tal comparación, salvo por la circunstancia –que pudiera ... llegarse a producir– de que ambos casos terminaran con la caída de sendos gobiernos (el de USA y el de España). Lo cual da la impresión de que muchos estuvieran anhelando como desenlace del caso español, pero no está nada claro que acabe siendo así. De cualquier modo, la importancia de uno y otro no sería homologable en cuanto a trascendencia, a pesar de la gravedad de las revelaciones sobre la llamada trama Koldo que se empiezan a conocer.
Otras coincidencias, comparaciones y paralelismos son posibles, e incluso se muestran como bastante más evidentes, respecto a uno de los sucedidos de las últimas semanas cuyo último capítulo ha alcanzado -también– enorme expectación y repercusión mediática. Se trata de la defenestración de Juan Lobato como secretario del PSOE en Madrid, que ofrece más de una semejanza (por los protagonistas y el final del conflicto) con lo que le ocurrió a Pablo Casado. Son partidos distintos –y contrarios–; tampoco aquí la 'escala' de los acontecimientos ni la cota de poder de los personajes tiene –ni de lejos– parangón. Pero, por ejemplo, cabe vislumbrar y establecer importantes puntos en común entre las defenestraciones de los dos líderes mencionados. Casado y Lobato terminaron cayendo, como damnificados de un sistema turbio y muy extendido entre los partidos: una ley del silencio que se cobra sus víctimas.
Porque la pregunta quema: ¿es deslealtad el que un notario dé fe de unos hechos? ¿No se corresponde esto con un acto de legalidad? ¿Fue deslealtad de Casado decir lo que mucha gente sabía –y luego se confirmó– sobre los discutibles negocios del hermano de Ayuso? Cierto que no hubo condena judicial, mas –no obstante– el caso emergía con las suficientes sombras de sospecha detrás como para que el secretario general del PP tomara sus cautelas. Lo hizo con torpeza: se vio, de alguna manera, obligado a contestar acerca de por qué la elección de Ayuso, como presidenta del PP de Madrid y candidata de nuevo a la presidencia de la Comunidad, se demoraba sine die. La explicación adquirió el carácter de una acusación. Y aquella mancha, que Casado arrojara sobre el supuesto comportamiento indebido de ella, se volvió contra él.
Como –igualmente– le ha pasado a Lobato: miró con lupa lo que le decían que dijera; así como de dónde y por qué conductos le llegaba. La precaución –no del todo excesiva– del socialista, al intentar cubrirse las espaldas ante una información de cuya procedencia, pública o no, legal o fraudulenta, no estaba en absoluto seguro, terminó de forma casi idéntica. Lobato y Casado fueron precavidos, y no exactamente prudentes, al desafiar la ley no escrita de la omertà partidaria. Y los sucesos posteriores a sus actos de desconfianza se los llevaron por delante. La cautela los llevó al precipicio, porque –según se ve– no puede cuestionarse a los que maniobran a menudo en el terreno de lo confuso y han llegado a normalizar ese comportamiento de poner en entredicho la legalidad; ni a su silencio. Algunos experimentamos la sensación de que, apresurándose en el desmentido a la información que Ayuso y su entorno habían lanzado sobre las irregularidades fiscales del novio de ésta, el PSOE picaba el anzuelo. Lobato debió de intuirlo también. Y así era.
Pero que nadie olvide que el modelo de 'silencio a ultranza' respecto a 'licencias' que se arrogan los 'nuestros', el cual los partidos –a veces– parecen copiar, resulta siempre implacable; porque otra regla del mismo que se cumple a rajatabla es la del viejo dicho: «el que a hierro mata a hierro muere». Eso es lo preocupante, todo lo que han callado hasta que no se ha podido callar más en los partidos para proteger a los 'suyos' y la venganza o chantaje de los que se sentían traicionados. Silencio, chantaje, saldo de cuentas: cosas habituales en el mundo de la delincuencia que no habrían de serlo en el de la política.
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