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Opinión

Cara y cruz de la transformación tecnológica

«Innovar no es cambiarlo todo, sino acertar respecto a lo que se debe cambiar. E incluso saber detenerse para considerar qué cosas han cambiado demasiado rápido o equivocadamente»

Luis Díaz Viana

Valladolid

Sábado, 26 de octubre 2024, 08:35

Las innovaciones tecnológicas del último medio siglo han transformado nuestras vidas. Y, aunque quisiéramos, no sería posible –ni seguramente recomendable– volver atrás. Pero constituye un hecho evidente que no todo lo que ha sucedido en ese proceso de transformación ha sido bueno. Vivimos tiempos en ... que parece que el conocimiento no tiene ningún valor; en que la sabiduría está devaluada y la inteligencia o el pensamiento crítico son un estorbo. Porque –supuestamente– todo podría encontrarse en Internet y la IA resolvería cualquier problema: hacer trabajos de clase, escribir discursos y artículos, transmitir noticias varias y algún que otro bulo...

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No importa si, por ello, no se ejercita la memoria, ni la reflexión, ni el oficio de la escritura, ni el análisis, ni se contrasta o verifica lo que circula por las redes (aunque se trate de relatos tan conocidos, viejos y falsos como las leyendas o rumores recogidos en un montón de catálogos y recopilaciones de cultura popular). No importa tampoco que –aparentemente– los libros como objetos ya no valgan nada, que las bibliotecas privadas se regalen, ardan o acaben en la basura; que las búsquedas en Google se hayan convertido en la única biblioteca que muchos visitan y conocen; que aumente de manera imparable la falta de interés por informarse o conocer a fondo y con rigor las cosas; que cada vez sean menos quienes se hallen dispuestos a realizar el esfuerzo necesario para aprender. Las pantallas son la nueva luz o luces de multitudes ingentes, la única Ilustración, la única fuente de saber: el único Dios. Los tontos continúan siendo tan tontos como siempre, pero ahora poseen una pantallita en que creer, a la que preguntar y en la que confiarse. La adicción a los móviles es plena; la alienación y atontamiento que provocan los aparatos tecnológicos algo masivo. Y el empoderamiento de la ignorancia también lo es.

Nunca ha sido tan fácil manipular a sociedades enteras como ahora. Y esto se traduce en que los mensajes políticos han de ser breves, simples, telegráficos: como para que los entiendan los más necios; para que los profieran y amplifiquen –a escala planetaria o hasta intergaláctica– los personajes más dudosos, como Trump o Musk. Este último se dedica, de facto, más allá de eslóganes y palabras, a comprar directamente voluntades o votos con cheques al portador. Es la tómbola global; la lotería del metafuturo: donde habla el dinero sobran los argumentos, la oratoria, la democracia…

De modo que resurgen en todas partes los ignorantes atrevidos (de los cuales hay en España tan destacados ejemplos) que alardean de lo que no saben, de lo que no han estudiado –o hasta de no estudiar nada–; reniegan de lo que les enseñaban en las aulas de los institutos y en la mismísima universidad. Pero, aparte del clima de negacionismo intelectualoide que, durante décadas (y a través de ciertos personajes o personajillos), propició ese olímpico menosprecio hacia las enseñanzas académicas, debemos reconocer que –en bastantes ocasiones– las propias universidades españolas han contribuido no poco a tal situación: alejándose de las verdaderas preocupaciones y necesidades de la sociedad; degradando las exigencias y dedicación que implica el acceso al auténtico conocimiento; regalando o malvendiendo títulos a quienes ostentaban el poder político; facilitando cátedras y doctorados a los mismos que abominaban de la trayectoria y ámbito universitarios.

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Y el panorama no hará sino empeorar, mientras la universidad (entre otras instituciones) no se respete lo suficiente y las directrices educativas den –a ratos– la impresión de condicionar a los profesores para que pasen de ser 'maestros' a convertirse en una suerte de monitores de contenidos para el entretenimiento. Cuando lo que ellos –por el contrario– habrían de hacer es resultar capaces de actuar como los guías que iluminen a los jóvenes a través de un laberinto de nuevas oportunidades, pero también antiguos riesgos. Ya que innovar no es cambiarlo todo, sino acertar respecto a lo que se debe cambiar. E incluso saber detenerse para considerar qué cosas han cambiado demasiado rápido o equivocadamente.

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