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Sesión del Parlamento Europeo. Efe
Opinión

Europa ante sus demonios o el riesgo de la «contramodernidad»

«A dos semanas de que se celebren las elecciones al Parlamento Europeo, vemos que crece el riesgo de que la construcción europea se estanque y desmorone»

Luis Díaz Viana

Valladolid

Sábado, 25 de mayo 2024, 00:37

Un bólido, resto de cometa o bola de fuego ha cruzado nuestros cielos, pudiendo ser avistado desde distintos lugares de Castilla y León. En otros puntos de la provincia de Valladolid ya se había podido observar, hace días, el inusual fenómeno de una aurora boreal. ... Extraordinarios espectáculos que los antiguos identificaban como señales o anuncios de grandes cambios y acontecimientos, cuando no de conflictos y catástrofes. Actualmente, estos resplandores sorprendentes han causado más curiosidad que temor, quizá porque ya estemos curados, si no de espantos, al menos de guerras y pandemias. Venimos del miedo o la incertidumbre y cabría pensar que nos hemos acostumbrado a vivir con ellos. Así que esperemos que tales «prodigios» no auguren cosas peores.

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Pues Europa parecía la ecuación perfecta: paz = ricos y felices. Pero la felicidad nunca dura demasiado. La fórmula que se consideraba la clave del aparente éxito de la Unión Europea da la impresión de empezar a agotarse. Es decir, que tiene sus límites el haber empezado por establecer acuerdos de los países que la componían sobre el comercio y la economía, para pasar luego a la organización y desarrollo de una compleja administración, terminando por dictar un enorme cúmulo de normativas y leyes que afectan a los territorios comprendidos dentro de la UE.

Ya que sigue faltando la fuerza de una argamasa de cultura –o culturas– que consolide esa alianza, que mantenga dicha unión; un propósito y un espíritu comunes; un concepto de identidad que no sea excluyente, sino abarcador. Aunque se diría que hablar de lo espiritual, tratándose de una Europa tan marcada por los planteamientos materialistas y financieros, ni viene a cuento ni se encuentra muy de moda.

Porque, a dos semanas de que se celebren las elecciones al Parlamento Europeo, vemos que crece el riesgo de que la construcción europea se estanque y desmorone. No sólo se constata la existencia de enemigos exteriores como Rusia o China, atentando contra los intereses de las naciones de la UE en sus fronteras o en las posesiones de ultramar: el peligro se halla –igualmente– dentro. Y es que, desde posiciones ultranacionalistas, se avanza y avanzaría –caso de seguir ganando terreno el extremismo más conservador y reaccionario– en el boicot interior de la UE, amenazando la independencia de sus instituciones y dinamitando su sentido democrático.

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Dos obras publicadas en los últimos años ahondan en lo que debería ser la conciencia de la propia condición de Europa como cruce y laboratorio de una combinación entre culturas. Y nos recuerdan aspectos que, no por más o menos sabidos, hemos de soslayar. Una es la que se titula 'Occidente'. Una nueva historia de una vieja idea de Naoíse Mac Sweeney, que nos muestra –a través de su lúcida relectura de Heródoto– cómo desde los orígenes de lo europeo hubo dos posturas opuestas, la de quienes defendían una visión cerrada de lo helénico y quienes (cual es el caso del padre de la Historia) venían a reivindicar como esencia de su cultura el conocimiento de otras y la apertura al mundo: una relación y mixtura entre Oriente y Occidente. Los propios atenienses, a los que se adjudica el alumbramiento de la democracia, habrían sido considerados no griegos por los griegos, en cuanto pelasgos de incierto linaje. Y el otro libro es 'El amanecer de todo', de Graeber y Wengrow, donde se documenta la influencia que tuvieron en los círculos intelectuales de acá las noticias sobre otros modelos de sociedad en algunos pueblos de América. Y el cambio de paradigma que supuso la asunción, a partir del XVIII, de estos supuestos antiautoritarios hasta conseguirse que -en las nuevas democracias- primaran las ideas de igualdad, libertad y fraternidad.

Hoy, sin embargo, un amplio movimiento retrógrado de carácter multinacional pretende imponer esa «suerte de contramodernidad» –de la que hablara Beck– en buena parte de Europa: sus métodos son el falseamiento de la historia; la manipulación del miedo e histeria colectivos frente a todo «lo otro»; así como, bajo el pretexto de apelar a una inventada «tradición», el reencuentro con los demonios del pasado reciente.

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