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Tras la ruptura consumada desde la cúpula de Vox respecto a los gobiernos de coalición con el PP, como era el de Castilla y León, ... los analistas se preguntan acerca del «sentido político» que ello pueda o no tener. Quién gana y quién pierde. ¿Se tratará de una jugada táctica o de un suicidio político? Pues no cabe duda de que se trata de un movimiento arriesgado, de discutibles motivos y que casi no ha querido explicarse por parte de sus promotores. Si la verdadera causa del final de dichos pactos es evitar que una veintena de inmigrantes menores no acompañados llegue a cada comunidad a utónoma, parece que aquéllos no sólo se estarían «pasando de frenada» –como dijo Feijóo–, sino que hubieran decidido hacerlo, además, en el peor momento.
Porque este rechazo ultranacionalista hacia los «de fuera» acontece cuando se diría que el sentimiento nacional de muchos españoles ha cambiado para bien. Ello se debe a que, coincidiendo con las recientes victorias deportivas de España, otro nacionalismo no cerrado sobre sí mismo se ha abierto paso: uno reivindicativo de la pluralidad y lo diverso. Y es que, gracias –en concreto– a la selección de fútbol y su triunfo en la Eurocopa, la «enseña rojigualda» y el sonsonete del «soy español» no resultan tan irremediablemente excluyentes como lo fueron en pasadas épocas. El orgullo sereno y mesurado de pertenencia a una vaga –pero amplia– nacionalidad desmontaría, así, al ultranacionalismo con sus mismas armas, poniéndolo ante sus propias contradicciones. Si algunos –según han declarado– no se identifican con la bandera, el himno y el equipo español, ellos sabrán. No hace falta que todos nos identifiquemos con todo lo que este equipo representa, ya que lo que sí cabe afirmar es que sus miembros reflejan la actual realidad de España. Puesto que sus jugadores de origen inmigrante constituyen, hoy, una perfecta muestra de la mejor juventud de este país: un auténtico ejemplo a seguir.
Sin embargo, todos los ultranacionalismos, que nunca son –ni pueden ser– «de izquierdas», rechazan por principio a «los otros»; y de ahí, que –no por casualidad– sean partidos independentistas los que estén de acuerdo con la ultraderecha, independientemente de su signo ideológico, en no admitir la más mínima y algo vergonzante «cuota» de seres humanos que se pretende «repartir» entre las CCAA. Lo cual no explica las razones de la radicalidad ultraderechista en este punto, salvo que consideremos que el problema del extremismo estriba en que, para sobrevivir como tal, tiene que mostrarse cada vez más extremo. Porque la única motivación de la ruptura de las coaliciones sería la paradójica, aunque innegable, sumisión de las «ultraderechas nacionales» a las consignas de la «ultraderecha global», que –como nadie a estas alturas cuestiona ya– proceden directamente del entorno de Trump. Por eso, no ha lugar a la protesta de que no vendría a cuento hablar de lo que ocurre en USA u otras naciones, existiendo tantos ejemplos de populismo aquí: lo uno no es separable de lo otro; ni por las acciones emprendidas, que responden a una coordinación ultraderechista internacional, ni por la situación que origina el que tal corriente se multiplique y haya conseguido cierto predicamento en los últimos tiempos.
Dicha situación no es ajena a lo que Emmanuel Todd ha descrito como la «desaparición de las clases medias» en buena parte de Occidente, incluidos los EEUU y la UE, así como la relación –igualmente apuntada por el mencionado autor– de este fenómeno con otro no menos significativo: la reacción contra el globalismo y el tardío intento de regresar a un sistema de estados-naciones, que –en el presente– apenas nada solucionaría. Como tampoco lo harán esas «guerras culturales» de retrógrado mensaje, ni el modelo de estrategia imperante en el ultraderechismo más generalizado que otro autor, Enzo Traverso, califica de «post-fascismo». Un modelo que incorpora en parecida proporción dosis de intolerancia, xenofobia, matonismo e insolidaridad. Sus partidarios en todo el mundo siguen esperando fervientemente que vuelva Trump; o el Apocalipsis, que –al fin y al cabo– quizá vayan a ser lo mismo.
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