Hubo, en un reciente pasado, quienes declaraban ingenuamente su intención de «asaltar los cielos», encontrándose –hoy– entre aquella bandada de aviadores utópicos más de un ángel caído. Pero, en el momento actual, al único que se le puede aplicar literal y metafóricamente la frase es ... a Elon Musk. Porque él va a conseguir, por fin, ser la NASA en vez de la NASA, que le proporcionen los medios estatales para tomar al asalto nuevos territorios en el espacio. Y ya se sabe cómo ha funcionado esto siempre: quien pone el primero su pie y su bandera se convierte, con ese sencillo y bíblico acto, en dueño del país –aún por bautizar– que acaba de invadir. Los nombres, las leyes, el reparto y la explotación vendrán después. Parece que –incluso– Musk ya tiene trazados un plan y sistema políticos, de diseño propio, por los que se regirían las colonias marcianas: una supuesta democracia a su medida que –es de suponer– gobernará a modo de dictador mesiánico, sin tener que rendir cuentas a nadie.
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Él y Trump, de la manita, como unos niños grandes a quienes no les saciaran los innumerables juguetes que ya tenían, se han lanzado al asalto del cielo. Y se han hecho con los inmensos cielos del Estado, paraíso de espacios inermes e indefensos en una bobalicona inercia; en su inconsciente atesoramiento de impuestos y recursos que –como nubes algodonosas o generosas ubres de dinero– esperaran ser esquilmadas por personajes tan voraces como ellos. Pues Musk y Trump, Trump y Musk, pertenecen a ese tipo de negociantes (llamarles empresarios sería injusto para el empresariado decente) cuya manera de enriquecerse consiste en que siempre sean otros los que paguen las facturas pendientes, los agujeros económicos que dejan tras su estela de pufos y desolación. Trump y Musk, Musk y Trump, con su tropa o banda de multimillonarios colocados estratégicamente en el gobierno de los USA, no sólo han asaltado los cielos, ganando democráticamente las elecciones de su nación; no sólo se han apoderado de la riqueza e influencia de Norteamérica: en una única jugada han tomado el mundo de golpe y por asalto. ¡Pobre democracia y pobre mundo!
Volvamos, ahora, a este pequeño y encantador país –para los extranjeros–. Y asumamos que, aquí, ya desde la época de Franco, ricos y no tan ricos vienen enriqueciéndose –precisamente- a costa del Estado. Eso es lo que quería decir el «emérito» en conversaciones secretas con su amante (que «todos se enriquecen trincando»); y lo que, con enorme descaro, han suscrito tantos supuestos «empresarios», encausados por sus trapicheos con políticos y funcionarios corruptos en partidos o administraciones. En este marco de corruptelas y despropósitos, en este panorama de mísera picaresca institucional, va Feijóo y –sin pretenderlo ni ser consciente del alcance de sus palabras– se encara con Sánchez en el Congreso de los Diputados y le suelta que «Aldama es `su´ delincuente». Por lo que, sin confesarlo, casi está reconociendo, en contrapartida, que «nosotros tenemos los nuestros». Y, por supuesto, los tienen. Una larga lista también. Delincuentes de uno y otro lado que, en cantidad de ocasiones, juegan a dos bandas.
La lengua castellana, de la que se suele ensalzar lo rica que es por parte de muchos de quienes escriben en ella, resulta –en verdad– amplísima en las posibilidades de calificar la turbamulta de los que delinquen: malhechores, infractores, criminales, ladrones, bandidos, buscones, bandoleros, forajidos, cuatreros, facinerosos, hampones, maleantes, mangantes, merodeadores, transgresores, agresores, cacos, estafadores, chantajistas, malandrines, carteristas, rateros, tunantes, timadores, truhanes, canallas, matones, granujas, pistoleros, saqueadores, pícaros, asaltantes… Seguro que un montón de estos términos son aplicables a un mismo delincuente y que un atajo no menos nutrido de sinvergüenzas se ajustaría a cualquiera de los vocablos y acepciones que se corresponden con el sentido o significado de la palabra. En inglés, idioma del que se acostumbra a decir que destaca por su pragmático laconismo, se necesitaría –sin embargo– más de una palabra para calificar a Musk en Twitter o X.
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