Secciones
Servicios
Destacamos
Cuenta la Biblia que «al principio era el Verbo y el Verbo era Dios»; pero lo que nos enseña todo aquello que vamos sabiendo de la evolución humana es que, si «al principio era el Verbo», tal cosa es porque el verbo dio lugar al ... hombre; o a la mujer. Pues no son tanto los recuerdos quienes –según afirman algunos– nos hicieron humanos, sino la capacidad de contarlos: la posibilidad de narrarnos en cuanto seres con memoria de nosotros mismos. Suele admitirse –hoy– que, más allá de circunstancias como que nuestros ancestros anduvieran erguidos, se mostraran capaces de construir herramientas o creyeran en deidades, si consiguieron finalmente humanizarse fue por el hecho de poderse expresar con palabras, de hablar y transmitirse conocimientos.
Aunque tampoco nos engañemos: ni el lenguaje ni la cultura que se crea y transmite a través de él son en sí «buenos». Hay momentos en que la lengua no sirve para humanizarnos, sino justamente para lo contrario. Y se diría que nos hallamos en uno de ellos. Vemos que las palabras y conceptos más humanizadores, como 'libertad', 'patria', 'independencia', 'familia' o 'pueblo' están siendo continuamente tergiversados para pasar a nutrir el desván de los términos vacíos; o que se los maneja a manera de armas contra algo y alguien. 'Libertad' es la libertad del dinero; 'patria' es sólo la de quienes tienen un color o hablan una lengua; la 'independencia' es la independencia fiscal; 'familia' es únicamente un tipo determinado de personas que comparten parentesco; 'pueblo' es una abstracta entidad o receptáculo de esencias al servicio –casi siempre– de los intereses de unas élites nacionales. Comprobamos también que, en ese sentido, estos vocablos se entremezclan –a veces– con una jerga desnaturalizadora en varios idiomas de la cual lo humano se encuentra ausente.
La conversación –recientemente conocida– entre un político y un empresario en nuestro país revela, por ejemplo, la degradación constante del lenguaje entre quienes no se valen de él para comunicarse, sino para maquinar la mejor forma de aprovecharse de los demás: Una 'perla' de este intercambio de banalidades, tal y como nos ha sido transcrito o relatado por los medios: «Que sea tu comunidad quien consuma servicios en los que nosotros generamos una plusvalía y parte de esa plusvalía generada vehiculizarla hacia ti. Nosotros nos quedaríamos un 4% y tú te quedarías un 1%». El inversor le comenta –en tono similar– al agitador político que le puede proporcionar una tarjeta Visa «que no te identifica» y «es la hostia». Dejemos a un lado el irreverente empleo realizado por el cripto-negociante de un término, que admite una interpretación simbólicamente sagrada, para hablar de cómo evadir 'pasta', vil metal, maldito dinero. Y centrémonos en cómo, por otra parte, la –en principio– tan noble palabra de 'comunidad', procedente del latín comunitas y que remite, etimológicamente, a un conjunto o asociación de grupos e individuos con aspectos en común, se presenta –aquí– rebajada a un juego de tantos por cientos y réditos inconfesables. Muy lejos -igualmente- de la respetable connotación y los ecos épicos que su plural ('comunidades') adquirió en la España convulsa del siglo XVI, con los comuneros sublevados en defensa de las libertades cívicas y locales por tierras castellanas.
Con el lenguaje empezó la humanidad; y por él –quizá– desaparezca: por su corrupción, por el sesgo perverso de sus recursos o potencialidades y la manipulación negativa del inmenso poder que la palabra contiene. Por lo contado de unos contra otros se llega a odiar, a maltratar, a pelearse, a excluir, destruir y matar. Por la palabra se engaña, se embauca, se hiere, nos conducimos a la perdición. «Al principio era el Verbo y el Verbo era Dios»; pero como el Verbo era –al mismo tiempo– el hombre y, al fin, según aseguraba el evangelista Juan, «el Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros», hablar nos llenó de cultura; por lo que es en el lenguaje donde cabe todo lo bueno y lo malo del ser humano. Y así de trascendente resulta su utilización, porque solamente a través del uso cuidadoso de las palabras la humanidad progresa.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.