Una de las cosas que más me molesta en estas fechas tan señaladas es que a los de provincias nos tomen muchas veces por parias creyendo que nos acostamos a las diez.
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En la campaña electoral por las elecciones autonómicas muchos tuvieron que aguantar que ... los políticos de la capital se hicieran fotos con cabras y vacas, y con algún lugareño, como si nos trasladásemos a principios del siglo pasado y nosotros fuéramos el poblado indígena del África profunda y ellos, los ingleses con sus flamantes todoterrenos.
Algo así ocurre estos días, sobre todo en las capitales de nuestras provincias, donde se dejan ver esos hombres y mujeres de éxito que un buen día decidieron ir a la capital del reino de España en busca del Dorado. Pero no les hablo de los que se han tenido que ir por obligación, sino por los de la devoción.
Poder vivir en Valladolid, Burgos, Zamora o León, es un lujo y el que no lo vea, no es de este mundo. Poder llevar a tus hijos al colegio antes de ir al trabajo, pagar un ridículo donativo, que encima es voluntario por un colegio concertado o simplemente renovar el DNI mientras bajas a tomar café, son pequeños privilegios que a muchos se les ha olvidado. Como ya les he dicho otras veces, me encantan los 'benditos bares' y las cafeterías. Estos días, me imagino que, como muchos de ustedes, los reencuentros y las quedadas se multiplican, y sin querer acabas en lugares donde el tiempo no ha pasado, curiosamente donde siguen los mismos con las mismas ropas.
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El sábado pasado me hice con mi señora y unos amigos un café torero, ahora llamado tardeo. Salí y bebí. Saludé a muchos hombres y mujeres de éxito que volvían al pueblo solo por unos días, con el tiempo justo, porque han de volver raudos y veloces a esos trabajos exigentes de la capital, aunque en realidad y pensándolo bien, nadie sabe a lo que se dedican.
Gracias a estas personas descubrimos que el vino blanco hay que beberlo frío, que los pantalones hay que llevarlos remangados dos o tres vueltas en el tobillo, y que las rondas de vinos caros, como escribió el genial Peláez, solo están hechas para los memos.
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Venir al pueblo a lucirse después de una carrera de éxito tiene un pase, pero venir a joder a los que nos gusta chatear con campanos de clarete y los bocadillos de jamón asado es de mal gusto. Porque no hay cosa más absurda que preguntar en León por un Rodilla o un Starbucks, sabiendo de antemano que no lo hay y que probablemente no lo habrá. Ni eso ni otras cosas muchas más.
Salir a andar antes de ir a trabajar, poder comer en casa, echarte una siesta de veinte minutos, volver a trabajar, hacer los deberes con tus hijos, ir a ensayar con la banda o con el paso de la Cofradía, poder cenar con tu pareja con un vino (ahí si hay que sacar el bueno), y el fin de semana ir al tenis o comer con los abuelos, quizá no está de moda y no te deja fardar.
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Nos quieren enseñar vidas de ensueño, con días repletos de musicales, teatros y lugares de moda y una vida llena de aventuras. Pero a mí no me engañan, porque muchas veces todo se resume en que llegue el viernes para poder coger el tren de vuelta y tomar el gin tónic con frutas en la ciudad que les vio nacer.
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