Creo que ya les he comentado en otras ocasiones que mis padres viven en la misma manzana en la que habita el Nazareno, en el Barrio del Mercado de León.
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Durante muchos años fui todos los días a la iglesia de Santa Nonia, su casa, ... me senté en sus andas y hasta tengo fotos que pueden certificar que me subí a escondidas al antiguo trono. De septiembre a junio apenas fallé ningún día al ensayo de su banda y los domingos hacía doblete, ya que también ejercía de monaguillo durante la misa de las 12:30 horas.
Siempre que me acerco al barrio intento pasar por delante de la capilla por si está abierta, y recordar aquellos tiempos felices en los que un grupo de jóvenes nos reuníamos para vivir intensamente la esencia Cofrade.
En León he sido muy crítico con el Museo de la Semana Santa, porque para mí, y discúlpenme, el auténtico museo es Santa Nonia. Yo llegué a tener sus llaves junto con las del parque de San Francisco porque un policía municipal me las ofreció para no tener que ir abrir si alguno se quedaba dentro, pero esa es otra historia.
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Cada lunes Santo realizamos el programa de radio desde allí, frente a los titulares de las tres Cofradías más antiguas, las negras.
Siempre he defendido la universalidad de la Semana Santa y sobre todo la unión que provoca ese sentimiento que aun siendo tan distinto en esencia es siempre el mismo.
El martes cuando conocí la noticia del derrumbe de la cúpula de la Iglesia de la Vera Cruz, y a lo largo de la tarde mientras escuchaba y leía los testimonios de los cofrades, llegué a emocionarme hasta el punto de mimetizarme y dolerme como si fuera la casa de mi Cofradía. Porque si algo tiene de maravilloso el mundo cofrade, es ese sentimiento que sin ser el tuyo, se apodera de ti hasta convertirlo en algo propio.
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La cofradía de la Vera Cruz de Valladolid se fundó en el 1.498, seis años después de la conquista del Nuevo Mundo ¡casi nada! Y solo aquel que se ha puesto una túnica y que el día de la procesión se ha dirigido vestido hacia su iglesia, me entenderá cuando hablo de esa sensación única cuando vas a acompañar a Jesús, que no tiene ninguna comparación con el mundo real. Sólo aquel que se ha bajado un capirote me entenderá cuando les digo que esa tristeza de perder parte de tu iglesia es solo comparable con la pérdida del hogar. Y por eso nos duele tanto.
Porque allí, en la iglesia donde descansan los titulares, es donde se da sentido a todo. De donde salen y a donde llegan los desfiles procesionales. Donde nacen las primeras ilusiones y se renuevan las veteranas, donde los recuerdos de los que ya no están se hacen presentes y donde tantas y tantas las promesas se elevan a la música y al cielo.
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Cuenta un viejo periodista andaluz muy cofrade que, cuando volvía abatido y triste al hotel tras una operación de urgencia a su madre un sábado Santo, en una ciudad que no era la de ellos y sin tradición ni cultura semanasantera, se cruzó con un pequeño Palio con su banda de música y faroles. Aparcó el coche como pudo y se unió al cortejo hasta que se recogió en su sede. Las preocupaciones dieron paso a las emociones, a las vivencias, y lo que se presentaba como un sábado complicado acabó siendo un maravilloso día.
Si algo de cierto tiene la Semana Santa es que nunca se acaba, porque no son sólo los siete días en los que la ciudad se viste con sus mejores galas. La Semana Santa es todo el año, y los que tenemos la suerte de llevar esto dentro así la vivimos. Porque somos muchos los que nos emocionamos viendo a una Borriquilla o una Dolorosa andar muy despacio cuando cae la noche. Os digo queridos hermanos de la Vera Cruz que no estáis solos en esto.
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