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Abriendo el compás ·
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Abriendo el compás ·
«No hay nada más emocionante que desayunar con un tío como mi hijo Telmo al lado, que se maneja a puro grito»Hoy sábado 21 de septiembre podemos certificar que el verano, que tanto le gusta al cronista José Pelaéz ha finalizado.
Lejos quedan esas noches en las que uno se acostaba tarde leyendo todo lo que le dejaban, la playa, la piscina y sobre todo el ... poder estar con la familia.
Hay veranos y veranos, y en mi caso les puedo asegurar que el mío ha sido excelente. Tan bueno que no lo contaré por aquí porque luego ya se sabe que las envidias las carga el diablo. Y tristemente es así, porque no nos engañemos, a la gente le gusta que te lo pases bien, pero jamás, mejor que ellos.
Pues bien, cuando me puse a organizar las vacaciones, llamé al hotel donde solemos ir antes incluso de casarnos, y mi sorpresa es que aquel agradable hotel se ha convertido en uno de los llamados 'only adults'.
Un hotel de playa donde abundaban las familias se ha convertido en uno de esos lugares respetuosos con los gritos, los lloros y por supuestos los pañales. Esos donde se va a descansar y a meditar, y donde el mero hecho de pasar una hoja del libro tiene que hacerse en el más riguroso piano.
Hoteles donde no les gustan los niños ni quieren niños. Qué ordinariez, ¿no? ¿Cómo es posible que existan estos lugares y que las autoridades no prohíban semejante exceso de descanso?
Y la verdad es que no lo entiendo porque no hay nada más emocionante que desayunar con un tío como mi hijo Telmo al lado, que se maneja a puro grito. O el mayor, Dimas, que de repente te busca con urgencia para explicarte delante de toda la cola del desayuno que metió el pan normal en la tostadora de los celíacos.
Y me cuesta creer que existan estos lugares destinados al descanso de los dioses, sin la transmisión del monitor de ocio y tiempo libre y sin la música de fondo mientras ocupan media piscina con los hinchables.
Tanto descanso no puede ser bueno, pero seguro que es ofensivo. Como dijo Máximo Décimo Meridio: «Lo que hacemos en la vida, tiene su eco en la eternidad». Será ahí cuando ajustemos cuentas
Durante el primer semestre del año en nuestra comunidad se registraron 6.472 nacimientos, el mejor dato en cuatro años pero que se queda insignificante frente a las 18.274 defunciones.
Empezamos a normalizar que ciertos hoteles no tengan niños porque molestan el desahogo. Hasta hay quien dice que tenemos que verlos como templos de la calma. Y que merece la pena pagar más con tal de no romper la holganza y por unos días no ver por los pasillos las temidas tronas asesinas y la cunas o camas supletorias como el eje del mal.
Mi hijo mayor, Dimas que cumplirá la próxima semana nueve años, no entiende por qué nos les dejan disfrutar en estos hoteles y tampoco comprende, y con razón, que haya padres traidores que vayan sin sus hijos a estos hoteles. Algo así como pegarse un tiro en el pie.
Cada vez nacen menos niños, las ayudas aún siguen siendo insuficientes y se nos llena la bocona cuando decimos que necesitamos incentivar la natalidad.
La tendencia es que cada vez se abren más locales de este tipo, hasta un 5 % de hoteles donde como dice mi hijo: «no nos quieren», cuando debería ser al revés.
Cierto es que los niños te la lían cada dos por tres, pero como dice mi querida mujer Sofia, a mí me molestan mucho más, algunos especímenes de adulto
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