De mi Primera Comunión apenas tengo recuerdos, ni buenos ni malos. Como diría un buen amigo, no fue una etapa que para mí tuviera mucho interés, o al menos así lo recuerdo.
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Desde primera hora mi padre me peinó unas 5 veces para domar aquella ... mata de pelo. La misa se celebró en el Colegio, momento en el que tuve el protagonismo justo, lo típico de los que nos consideraban del montón, una petición por la paz en el mundo y poco más.
Luego nos fuimos a comer a un club deportivo del que éramos socios con los familiares más cercanos, algún amigo y los vecinos.
Como el colegio estaba a las afueras de la ciudad, todos los niños íbamos en la llamada Ruta, yo concretamente en la 7. No recuerdo que a nadie le llevasen sus padres, ni mucho menos que los progenitores pudiesen «hacer patio», esa práctica tan dañina y que debería prohibirse por decreto en todos los colegios.
Si no recuerdo mal, mis padres no conocían a ningún otro padre y eso que éramos en la clase más de cuarenta chicos.
Allí se iba a mesa puesta y nadie cuestionaba si el fotógrafo iba a vestir con chaqueta y pantalón o si se presentaba con la camiseta de los Ramones, si las flores eran gladiolos o dentrobios recién traídos de Brasil, si la ubicación de los bancos era por orden alfabético o si se tenían en cuenta las dioptrías de los abuelos, o si los encargados de las lecturas eran aquellos niños que se creía que más quería Dios.
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Esa distancia, seguramente espontánea que mantenían los padres les hacía ser más felices y hasta sentirse mejores personas.
Esa ignorancia que hoy en día pocos saben manejar y que para nada era una rémora, les permitía estar preocupados por las cosas realmente importantes y dejarse de pamplinas
Yo tuve la suerte de tener de abuelo al mejor sastre de León y de Madrid, y pude llevar una espectacular chaqueta cruzada como la que llevaré hoy. Pero lo habitual, era heredar la vestimenta. La fiesta, cada uno la hacía muy dignamente como podía. No era una competición. Los que tenían finca allí montaban todo y los que no la tenían se iban de restaurante o en casa. Dándose la paradoja de que los que no teníamos finca nos hubiera gustado haberlo celebrado allí y los que la tenían, añoraban el menú de un restaurante.
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Mi regalo estrella fue un radiocasete Sony que aun guardo en casa de mis padres. Era fundamental para poder grabar las canciones de los Cuarenta Principales, y fue la herramienta donde descubrí por las tardes a Javier Sardá y por noche a José Luis Balbín y su Clave que oía a escondidas hasta la llegada de los deportes.
Las fotos las hizo mi abuelo en casa con una Pentax de la época y poco más. Imagino que mi tío Maxi ese día llevó el Escarabajo a lavar…
Don Luis Argüello, arzobispo de Valladolid y recientemente nombrado presidente de la Conferencia Episcopal, ha mostrado su preocupación por la deriva actual que están tomando muchos padres a la hora de celebrar la primera comunión de sus hijos, que en muchos casos acaban en mini bodas con auténticos problemas financieros.
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Dice un buen amigo mío que no se deben mezclar los toros y el flamenco. Y la mezcla de patio y Comunión, en muchos casos acaba sacando las frustraciones y las envidias que llevamos dentro.
En la genial película de Amanece que no es poco, un aspirante a intelectual le pregunta a Bruno el escritor argentino (que plagió a Faulkner sin saber que en ese pueblo sentían devoción por él), si le dejaba leer su novela. Este le dice que no, porque todavía no es un intelectual, y la va a leer mal, le va a acabar jodiendo la novela y no quiere que sea la primera novela que se joda por leerse mal. Pues eso. Que venga el rescate ya.
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