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El colegio en el que empecé mi etapa escolar estaba a escasos 5 kilómetros del centro de la capital, algo parecido a la distancia que ... hace mi hijo Dimas hoy en día en su ruta escolar, con la diferencia de que entonces la mayoría realizábamos cuatro viajes, porque los niños que se quedaban en el comedor se podían contar con los dedos de una mano.
El trayecto de ida a primera hora de la mañana no se hacía excesivamente pesado, incluso teniendo en cuenta que lo de ir al colegio en sí mismo no es que sea algo muy atractivo, o al menos en aquellos años no lo era. Pero ese viaje era el mejor porque el autobús no daba muchas vueltas y nos permitía dar unas patadas al balón antes de que empezaran las clases.
Los otros tres viajes eran otro cantar. La vuelta a mediodía se hacía muy dura entre el hambre y la saturación que ya llevábamos en el cuerpo y peor aún volver al colegio después de comer.
Ir en autobús al colegio, marca, imprime carácter y muchas veces aprendes cosas antes de tiempo por eso de compartir espacio y tiempo con alumnos mayores y con tablas.
Nosotros íbamos sin cuidador y durante un buen tiempo la última ventana del bus se sustituyó por un tablero contrachapado de Okume.
La vuelta a casa era eterna y terrible. El recorrido de 5 kilómetros se convertía en el doble porque circulábamos prácticamente por media ciudad de parada en parada. Y un recorrido que se podía realizar en 15 minutos, acaba convirtiéndose en una hora.
Recuerdo como si fuera hoy que muchos días veía a una amiga de mi abuela que vivía en un barrio alejado del centro porque la excursión era muy seria.
Con semejante panorama me entenderán cuando les digo que los días que mi padre me podía ir a buscar al colegio lo celebraba por todo lo alto. Primero porque me liberaba del estrés de ir corriendo y de subir pronto para coger sitio y segundo porque no me robaban una hora de mi vida.
El alcalde de Vigo, el populista de turno, ha pedido al presidente de Renfe que se supriman las paradas que realiza el AVE entre Vigo y Madrid, en nuestra comunidad para reducir los tiempos del viaje. ¡Ojo al dato!
«¡No te jode!», como diría un exjefe mío, muy querido por estas tierras y disfrutón de su jubileo.
Querido Abel Caballero. ¡Qué agudo eres! ¡Menudo lumbreras estás hecho! ¡Todos somos contingentes, pero tú eres necesario! Sólo te falta añadir aquello que decía Gila de que si hay colillas es porque alguien ha fumado ¿no?
Ante tal disparate, rápidamente ha salido el presidente Mañueco al quite para explicarle que se ha pasado de frenada y que debe defender su ciudad, sin atacar a los vecinos.
Y es que entiéndanme, que un alcalde que presume de tener muchas luces, el que más de todos, no solo piense eso, sino que además lo diga públicamente, orgulloso, es como para replantearse el asunto.
La cagada es de tal magnitud que no me cabe la cabeza que una persona que ha sido el presidente de la federación Española de Municipios y Provincias sea capaz de exigir eso. Ya lo ven, ciudadanos de primera y de segunda.
Me niego a creer que un tipo experimentado en esto de la cosa pública, con tantos asesores a su cargo y con tanto bagaje sea capaz de mangarla de esta manera.
Quejarse y pedir más frecuencias a un ministro del mismo color tiene que ser complicado, y más en esta política actual de alta suciedad en la que un paso en falso te puede enviar a galeras. Pero también es cierto estimado Abel, que ha habido alcaldes que ya lo hicieron antes que tú, aun con el riesgo de llevarse un par de leches.
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