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Cuenta Jorge Valdano que durante el mundial de México en 1986 Maradona le ganó una apuesta.
Tras los entrenamientos, solían quedarse sentados en el suelo sobre el césped y charlar de todo un poco, con el único objetivo de quemar el tiempo que según dicen ... los profesionales, en las concentraciones pasa muy despacio.
Uno de esos días Diego se fijó en los periodistas asegurándole a Jorge que a ninguno de ellos les gusta el fútbol.
Valdano, se sorprendió ante esta afirmación, pensando que sabrían más o menos de futbol pero que era imposible que no les gustase.
La forma de verificar quien de los dos tenía razón resultó muy sencilla. Se trataba de lanzar un balón hacia ellos. Si lo devolvían con el pie, ganaba Jorge y si lo devolvían con la mano, ganaba Diego.
Maradona se levantó y lanzó la pelota en medio de los reporteros y efectivamente un periodista cogió el balón con la mano y se lo lanzó como si fuese un saque de banda.
Valdano se defendió como pudo: te la ha devuelto con la mano porque tú eres Diego Armando Maradona, el diez. A lo que Diego contestó: «Si yo estoy en una fiesta en casa del presidente de la nación con un esmoquin y me llega una pelota embarrada, la paro con el pecho y la devuelvo como dios manda».
Evidentemente quizá sea más fácil saber de fútbol que conocer si efectivamente te gusta el fútbol.
El fútbol es todo, es un deporte maravilloso, pero mal entendido se puede joder y sacar lo peor de cada uno.
A mí de pequeño me gustaba el fútbol, no tuve calidad para militar en ningún equipo y si les soy sincero tampoco lo intenté. Lo único que me motivaba era un torneo social de un club deportivo que se celebraba en verano y que junto con mis amigos intentábamos ganar a los que durante todo el año se vestían de futbolistas y soñaban con el aplauso del Bernabéu.
Jugar bien no es que fuera muy complicado, ya que en el equipo teníamos a chavales que tenían más calle y más arte que los de las academias y, básicamente, entendíamos aquello como un pasatiempo de verano. Lo más difícil de aquella época era encontrar un patrocinador que nos comprara las camisetas. Algo así como ahora, que llevan hasta las mochilas bordadas con las iniciales como Davide Ancelotti. Tuvimos tres camisetas diferentes: una negra de un gimnasio de artes marciales, la roja de la peletería Tábatas y una verde de la joyería Trofeo.
La pasada semana en este periódico, Laura Negro firmaba un gran artículo sobre las pasiones que levantaba el fútbol en los patios escolares y los problemas que generaba el mal entendimiento de este deporte tan universal.
Dejando a un lado las pamplinas de las bondades del deporte en equipo y del sacrificio en beneficio del compañero, lo cierto es que la percepción actual del fútbol y de muchos padres acaba generando conflictos de mala solución.
Ser un paquete, no pertenecer a un equipo, tocarla mal o simplemente que no te guste este deporte empieza a ser un problema. Padres malhumorados porque su hijo ha fallado un penalti, padres que patrocinan el equipo para asegurar la titularidad del niño o padres frustrados porque ellos no llegaron ni a regional… juntos y ociosos conforman un cóctel cuyo resultado muchas veces acaba en un problema grande en el patio del colegio.
Los padres apuntan tan alto que los hijos acaban creyendo que van a fichar por la cantera del Madrid o del Liverpool con todo lo que eso conlleva, ustedes ya saben de los que les hablo. Mientras los demás contemplamos el esperpento sin saber donde meternos.
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