![De peluquería en peluquería](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2023/09/22/1471659610-kKqB-U210230174213SVH-1200x840@El%20Norte.jpg)
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El mejor amigo de mi abuelo Armando, era el genial Victorino Gavilanes. Los dos eran del mismo barrio, fueron a la misma escuela, hicieron la mili en Caballería en Valladolid y una vez casados siguieron viéndose prácticamente todos los fines de semana.
Lo único que ... no compartieron fue la manera de buscarse la vida. Mi abuelo Armando por la mañana era cortador, y por las tardes y las noches, era sastre. Decía el protagonista de la película 'El Sastre de la Mafia', que el sastre es el que ensambla un traje, pero que ser cortador es otra cosa, claramente un escalón superior, los ingenieros de la confección.
Victorino Gavilanes regentaba una peluquería que llevaba por nombre su apellido en la conocida calle La Paloma, en el llamado Barrio Húmedo de León y muy cerquita de la Catedral.
Aquella barbería tenía un sabor y sobre todo un color especial. Las sillas rojas con aquellos respaldos, el olor a limón de Álvarez Gómez y aquellos profesionales que, perfectamente uniformados, con la clásica bata blanca de las que se abotonaban por detrás, te cortaban el pelo mientras llevaban el compás con las tijeras.
Victorino era virtuoso y de corte clásico, y como los buenos pasodobles en el aire siempre sus tijeras marcaban el compás del 3x4.
Desde que Victorino se jubiló no he vuelto a ser fiel a ninguna peluquería.
Mi madre siempre me cuenta que mi primer corte de pelo con apenas unos meses de vida me lo realizó él en casa de mis abuelos, sobre la mesa de cortar, entre patrones y tizas.
Siempre fumaba Ducados, excepto los festivos y fiestas de guardar, que compraba un paquete de Winston.
La relación que teníamos era tal que cuando de adolescente iba a cortarme el pelo, no sólo no pagaba el corte, sino que salía con una buena propina, y con un par de pitillos rubios para fumar en los cambios de clase.
Como seguro ya sabrán el jueves Alfonso Guerra se pasó de frenada al criticar a Yolanda Díaz. Como dice mi hijo Dimas, «metió la gamba», hasta el punto de perder la razón. Y eso que iba bien encaminado.
El feminismo es el gran trozo de la tarta, y todos quieren su parte. Ese falso feminismo de postureo está de moda y todos los que ahora se abalanzan sobre Guerra saben que ahí hay un enorme granero de votos. Alfonso Guerra lo hizo mal, esas comparaciones no tienen un pase en estos tiempos, pero igual de mal estuvieron todos los aguilillas que vieron ahí su momento de gloria para salir en las redes sociales y ser más papistas que el papá. Lo mismo que cuando Raúl corría a por un balón que sabía que no iba a llegar, pero conseguía el aplauso del Bernabéu.
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