Ya les he contado en alguna ocasión que mis abuelos paternos tenían un bar en León. Se llamaba la Perla Vasca, que no Perla Negra un nombre que desde el lunes volverá a las primeras planas y a las escaletas de los informativos, y no ... precisamente por ser el barco de la saga de Piratas del Caribe.
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Mis abuelos tampoco eran vascos, eran de la alta montaña leonesa, y tras un periodo en la capital, donde tuvieron un buen negocio de hostelería, concretamente en Chamberí, decidieron volver al viejo León y coger el traspaso de un bar en la calle Renueva, al lado de la estación de Matallana, ahora FEVE.
Tras unos cuantos años en los que el bar se hizo referente por la cecina de «Dios nos libre» (cecina de Chivo), los espectaculares callos y el pulpo, consiguieron traspasarlo y soñar con la deseada jubilación.
Pero mi abuelo, como tantos otros, sólo pudo disfrutar de unos meses, ya que falleció sin apenas conocer el llamado descanso de los dioses.
Mi abuela se quedó sola y con el paso del tiempo tomó una decisión valiente y muy interesante, siempre fue una mujer adelantada a su tiempo. Se aventuró a abrir su casa, es decir, compartir piso otras personas. De esta manera, se entretenía y combatía la tan temida soledad.
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Varias fueron las estudiantes que convivieron con mi abuela y que aun hoy guardan un grandísimo recuerdo de ella. El asunto funcionó porque al final la convivencia y el reparto de tareas, fue beneficioso y nadie estaba sólo por obligación.
A mi me gusta la soledad, pero en ciertos momentos y muy pocas veces consigo llegar a ella. Uno de los momentos es el típico café de la mañana en el que consigo ponerme en modo «encefalograma plano» y simplemente tomo mi café. Persigo la soledad total, ni pienso, ni escucho, ni siento, ni padezco, y aunque a priori parece algo fácil en mi caso es prácticamente imposible, ya que siempre viene alguien a darte la chaqueta. Algo parecido me pasa cuando viajo en tren. Pero esta, es otra soledad.
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En Zamora el centro para el estudio de la longevidad, dependiente de la Universidad de Salamanca, ha puesto en marcha un proyecto piloto, Soliedad, para identificar la soledad.
Unas 60 personas con una media de edad de 77 años aproximadamente, la mayoría mujeres y viudas, viven actualmente solas. Y el problema es que a muchas de ellas les cuesta reconocer la Soledad, porque como dice alguna de las participantes: «Cómo voy a decir que me siento sola si tengo hijos y tengo familia».
Como en todos los problemas, seguramente lo primero que recomiendan los profesionales, es que lo reconozcas, y a partir de ahí comenzar a trabajar. Algo que se plantea difícil, aún más entrado en años, cuando muchos de ellos miden absolutamente todas sus acciones y sus palabras porque lo que no quieren es molestar.
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La soledad no deseada, es un gran problema en nuestra comunidad, la que un ministro del actual gobierno, sin ningún tipo de respeto comparó con un geriátrico. Los datos son demoledores, cada vez nace menos gente. Esta semana han tirado cohetes y han tocado las campanas porque ha nacido Román, después de 35 años en un pequeño pueblo de la Cepeda.
El estudio del que les hablo concluye con que se necesita la implicación de todos, para ayudar a estas personas a identificar su soledad. Porque como dice Calamaro: Cuando no estás, la soledad me aconseja mal.
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