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Recuerdo perfectamente una mañana en la que mis padres me llevaron a casa de mis abuelos y me dijeron que iban a hacer una visita. ... Me extrañó el hecho de que me dieran explicaciones porque era un domingo por la mañana y porque mis abuelos maternos vivían dos pisos más arriba, así que lo raro era, cuando no estaba en su casa.
Aunque mi madre no se lo pueda creer, recuerdo ese día gris de lluvia y viento, en el que mi abuelo Armando estuvo cosiendo toda la mañana, pero antes, me preparó una pequeña mesa con un poco de cola para pegar unos cromos en un álbum.
Pasé toda la mañana entretenido sin saber la que se me venía encima. Por eso, cuando volvieron mis padres y me dijeron que no iba a seguir en el colegio que estaba porque era «más de niñas», y que habían visto un colosal colegio a las afueras con campos de fútbol y grandes espacios, la idea no me gustó ni me sonó bien.
No sé qué les hizo tomar aquella fatídica decisión, pero lo que si les puedo asegurar es que el cambio tristemente fue a peor. Y hasta ahí puedo leer…
Soy de los que piensan que no hay colegio bueno, porque colegio y bueno no casan. Es algo parecido a lo de mezclar toros y flamenco. Habrá quien piense que es algo perfectamente compatible, pero ya les digo yo que no. Que aquello no liga y que es mejor no juntarlos.
El otro día leí en un periódico provincial que los colegios públicos, ante la falta de alumnado, se habían unido a la moda de privados y concertados, celebrando los famosos 'Días de puertas abiertas', con el fin de captar niños que engrosen sus filas. Esos días en los que si hay muchos ordenadores en el centro te dicen que son nativos digitales y si hay pocos, te dicen que ahora apuestan por el humanismo y las relaciones sociales.
Sofia y yo dimos varias vueltas al asunto y visitamos varios centros, hasta que decidimos donde iría el pequeño Dimas. Los que tenían lista de espera y requerían 'recomendación' te daban menos bola y hasta te intentaban quitar las ganas de que apuntases al niño ofreciéndote con toda su cara gorda la salida para que te fueras a otro centro, y los que iban tiesos de alumnado te aseguraban que si tu hijo definitivamente se matriculaba allí, en poco tiempo se convertiría en el tercer astronauta de la región.
Elegir colegio es muy difícil y elegir bien a veces parece imposible, pero lo que si tengo claro es que tiene que ser una decisión muy personal en la que ni se puede ni se debe atender a recomendaciones.
El desplome demográfico ha hecho que ya no sólo se tengan que poner manos a la obra en los colegios del mundo rural, donde es fundamental que sigan los centros abiertos, porque de la supervivencia del colegio depende la existencia del pueblo.
Ese vaciado de aulas que veíamos como algo lejano y que solo ocurría allí, ya está presente en casi todas las capitales de provincia. Los niños son los que son y los colegios son los que son. Pasamos de ser padres a ser usuarios preferentes y en algunos casos incluso clientes, con el peligro que eso puede conllevar. Porque algún padre tramposo siempre hace uso de aquello de que el cliente siempre tiene la razón, creyéndose que esto es como un concesionario de automóviles (aparcar a la criatura y recogerla con la itv pasada).
La competencia va a ser dura y seguramente tratarán de convencernos con tarjetas de fidelización, menús de estrellas michelín o con el sorteo de un apartamento en Torrevieja.
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