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En una semana se volverán a abrir las puertas que durante mucho tiempo han estado cerradas. En apenas siete días toda Castilla y León volverá a vivir la semana más importante del año, la más esperada, la más ansiada, la más autentica y por supuesto, ... la más feliz y entrañable.
Recuerdo el año pasado la portada de este periódico, con la magistral foto de Alberto Mingueza que dio la vuelta al mundo, y aquel Gonzalo Borja Marcos que con tan sólo cinco años nos mostró el verdadero sentido de la Semana Mayor, la ilusión y los nervios por poder acompañar a la borriquilla en el domingo de Ramos. La Semana Santa que a mi gusta, la de la verdad.
Dice un amigo mío que la Semana Santa es el ultimo escalón de la fe, la última red donde se permite dar rienda suelta a los sentimientos, esos que no se pueden controlar ni educar, ni mucho menos intentar encajar en un manual de estilo.
El pasado Lunes Santo, cuando vi la portada de Gonzalo, automáticamente recordé mi infancia, mi Semana Santa más autentica, mi casa, los nervios del Viernes Santo, cuando de la mano de mi padre, íbamos a acompañar a Jesús por las calles del viejo León.
Recuerdo levantarnos de la cama más de diez veces y subir la persiana para comprobar que no llovía, y cómo enfilábamos las calles después de haber disfrutado de una noche de transistores y de músicas imposibles que llegaban desde el Sur y que nos mantenían despiertos y embrujados.
Gracias a Gonzalo recordé el breve pero intenso trayecto que durante tantos años hicimos hasta nuestra iglesia de Santa Nonia. Donde simplemente te sentías bien porque sabías que estabas haciendo algo bueno y hasta importante, porque ibas a desfilar por tus calles, por tu ciudad, donde nos estaban esperando mi madre, mi hermana y mis abuelos.
Muchos me entenderán cuando digo que la Semana de Pasión es nuestro balón de oxígeno, y el punto de partida de muchas decisiones. Porque sólo cuando ves andar a un Nazareno muy despacio, mientras suenan las cornetas, siempre las cornetas, te acuerdas de los que ya no están, y de los que están, y únicamente en esa soledad y bajo el anonimato del capillo, te prometes a ti mismo dedicarles más tiempo.
Gonzalo, sin saberlo, provocó que ese Lunes Santo llevara a casa de mi madre la túnica de Dimas para que se la arreglara y pudiera disfrutar de su primer Viernes Santo ya que la pandemia nos privó de los dos años anteriores.
La Pasión no acaba y siempre vuelve, y como en todos los colectivos, siempre existe un pequeño pero intenso porcentaje con cierta maldad, ése que rompe ilusiones y que busca en la Semana de Pasión un trampolín para su aplauso social. Los que popularmente decimos que vienen «a servirse de ella», algo parecido a la política ¿no creen?
Pero con la diferencia de que la Semana Santa, como dice el genial maestro Luis Jaramillo es lo serio y lo auténtico.
Gonzalo me devolvió la ilusión por algo que creía haber perdido. Me devolvió la ilusión de salir con mi hijo Dimas. Y como aún me dura el hechizo, me permitirá salir con Telmo, y mostrarles a los dos, algo que no se enseña en ninguna academia y que simplemente se lleva o no se lleva, y que no es otra cosa que mostrarles la esencia de la Semana Santa.
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