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Ayer comenzó el colegio para nuestros alumnos de Infantil y Primaria. Un día súper feliz, divertido y lleno de nervios para nuestros niños, o al menos, el de mi casa lo vive así, algo que a mi me resulta curioso.
Y es que a ... mí nunca me gustó el colegio y eso que por distintas circunstancias milité en tres centros educativos muy distintos. No me ilusionaba ver a los compañeros de clase, ni tenía especial interés en estrenar cartera y lápices de colores. Por eso, cuando ayer por la tarde veía a mi hijo Dimas feliz por comenzar un nuevo curso, e intrigado por conocer a los nuevos compañeros que se encontraría, sentía una envidia sana difícil de comprender.
En mi casa, mi querida esposa ha tomado como propia una tradición que, según dice ella siempre fue así, y no es otra que la de llevar a los niños al colegio el primer día de clase. Nosotros habitualmente vamos en Ruta, a excepción del primer día de clase, en el que por esa corta pero intensa tradición en el tiempo le llevamos en nuestro coche y le recogemos.
Gracias a ello percibí que esa ilusión desmedida que llevaba mi hijo no era únicamente propiedad de él, sino que la mayoría de los muchachos cargaban las mismas ganas de comenzar un año más la jornada escolar.
Conseguir que un niño apenas duerma la noche anterior por la vuelta al cole y que los días anteriores repase las tablas de multiplicar sin rechistar y sin pataletas, es algo maravilloso que me cuesta entender.
Siempre hablamos de lo malo, de los chats de padres, de las envidias por querer ser el padre más influyente, de los que se ven en la piel Ancelotti y se creen que su hijo en breve será titular en Chamartín porque el equipo del barrio se le quedaba pequeño y tantas y tantas memeces… Pero lo cierto es que algo bueno estamos haciendo y que ese algo tiene que ser muy potente porque ha conseguido que los chicos olviden todo aquello y vayan con esa felicidad.
Además, de la vocación, que se presupone como el valor en los toreros, imagino que mucho tendrán que ver las facultades de educación y su empeño en formar a profesores más empáticos y realistas. Nuestra comunidad desde hace mucho tiempo es granero de profesores y durante muchos años hemos exportado grandes profesionales de la educación por todo el país.
Una carrera sin duda vocacional, pagada de aquella manera, y sobre todo poco reconocida socialmente. Una total contradicción porque cuando alguien te dice que va a estudiar Magisterio, salta el típico gracioso con eso de «pintar y colorear», pero que cuando tiene un hijo en edad escolar quiere que su maestro tenga formación con un máster en Wichita. Si para nuestros hijos queremos lo mejor, pues habrá que ser los mejores en todo.
El último informe PISA pone a nuestra comunidad en el liderato absoluto. No todos pueden decir lo mismo, ni todos pueden presumir de ello. Algo ya tan dentro de nosotros que no sabemos valorarlo ni lo percibimos como algo excepcional.
Si cierro los ojos, me veo perfectamente esperando aquella terrible Ruta número siete en la calle Lancia y sólo recuerdo los lloros de los nuevos, y la tristeza que lo envolvía todo, que sumada al olor del interior del bus (iban más alumnos que plazas), producía un ambiente peculiar.
Aquellos lloros, por suerte y con el paso de los años, han dado paso a las risas, la tristeza a la alegría y la desgana a la ilusión. ¡Pues eso! Un buen motivo para abrir una buena botella de vino (los padres) y celebrar que un año más comenzamos el colegio. ¡Qué sea enhorabuena!
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