Si hubiese una liga de campeones de los olvidadizos yo sería cabeza de serie en todos los sorteos. Desde bien pequeño me he ido dejando en el camino objetos valiosos y sentimentales. Algunos, apenas los disfruté unas horas, pero en otros casos he de decir ... que la suerte no jugaba a mi favor.
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El abanico siempre ha sido muy extenso y va desde dejar un periódico recién comprado, leído y subrayado en un bar, a unos auriculares nuevos y recién regalados en un vagón de tren.
Mis compañeras de trabajo hace años me regalaron por mi cumpleaños un paraguas negro muy inglés. Aquel día curiosamente llovió, y me fui a comer con él. La tormenta escampó y con ella el paraguas. Al día siguiente me preguntaron por él, y tuve que mentir como un concejal, decirles que estaba en casa de mis padres y rápidamente ir a la tienda a comprar otro igual.
Mi padre siempre me dice que mi tío Maximino era y es igual. Constantemente me ponía el ejemplo de una gabardina que le compraron mis abuelos y que apenas duró en su propiedad tres horas. El tiempo justo de ir al cine y dejarla colgada en el perchero.
Pero mi tío siempre se llevará el pódium ya que ha conseguido repetir en el tiempo esa de salir de casa con la bolsa de basura y el periódico del día anterior, comprar el del día y tirarlo junto a la basura, el nuevo digo, y marchar contento con el periódico pasado bajo el brazo.
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Mi hijo Dimas sigue las buenas prácticas familiares y raro es el día en el que no vuelve del colegio sin el jersey, o se deja la mochila de deporte en la ruta todo el fin de semana, con la preocupación de que una excursión de jubilados le roben las Nike Mercurial y se las pongan para hacer la ruta del Cares el domingo. De volver con el bocadillo íntegro porque se le ha olvidado almorzar, ni les cuento.
El olvido y el despiste siempre va unido. Rara es la persona despistada que no bucea en el mundo de los olvidos.
Y al menos en mi vida, no se si el despiste desemboca en el olvido, o el olvido me lleva al despiste. Pero lo cierto es que, tanto de un lado como del otro, lo trabajo muy bien.
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Hace unos años en un pueblo de León se anunciaba el concierto de Juan Perro. Mientras esperábamos, de un taxi de la capital bajaron dos señoras mayores muy arregladas, de peluquería reciente. Se acercaron a mí que estaba fumando un cigarrillo (cuando le daba al Lucky) con un amigo, un poco alejado de la entrada y me preguntaron: ¿Dónde es el concierto de Juan Pardo? No les digo más, el taxi voló de vuelta para León.
El pasado jueves Francisco Igea, en otro taxi, se dejó olvidado el móvil mientras recorrían el trayecto del Clínico a las Cortes de Castilla y León. En plena junta de portavoces se dio cuenta de la pérdida y rápidamente llamó a las radios para que hicieran un llamamiento a la ciudadanía ya que tenía que realizar un viaje y tenía los billetes en formato digital.
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Igea llamando a una radio y su móvil perdido. La historia rocambolesca prometía. Las radios hicieron su función social y el móvil apareció aparentemente sin ningún indicio de manipulación. Habrá quien piense que fue una estrategia para tener su minuto de gloria, otros pensarán que la pérdida duró el tiempo suficiente para que los servicios de espionaje extranjeros hicieran una copia de seguridad de las conversaciones mas sensibles de tiempos pasados o quizá pensarán que los ex de su partido naranja se lanzaron a la calle en busca de todos los taxis de la ciudad. Que no son pocos.
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