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Cegado por ganar algo de dinero durante un par de veranos decidí renunciar a las prácticas y dedicarme a buscar trabajo.
El primero de ellos me fue bastante bien. Una amiga que trabajaba en el Ateneo Cultural de la Universidad de León me comentó que ... necesitaban alguien para cubrir las vacaciones de una empresa de alquiler de coches. Fue un verano excepcional, un buen trabajo, se pagaba muy bien y encima podías disponer de automóvil. Como era el nuevo, me mandaron al aeropuerto de León, en el que únicamente llegaban dos aviones al día, así que imagínense la situación. Una grandísima experiencia.
Al año siguiente, motivado por ese maravilloso verano y creyendo que todo el monte era orégano, decidí como dice mi hijo Dimas, vivir aventuras y enrolarme en algo más movidito.
Me apunté a una obra que sobre el papel no sonaba tan mal, peón especializado.
Tras el pertinente reconocimiento médico, me despacharon con un mono, unas botas de seguridad y un casco. Cuando me di cuenta ya estaba en Villarrodrigo de las Regueras, una localidad próxima a León, al lado izquierdo del río Torío.
El objetivo que tenía la empresa era restaurar una pequeña iglesia y en ese cometido me vi metido, cerca de mes y medio.
Estoy convencido que durante esos días trabajé mucho más de lo que trabajaré el resto de mi vida. Aquello me pilló con veinte años y veinte kilos menos, y cada vez que lo recuerdo, me tiemblan las piernas como cuando llegaba a casa y me tenía que tomar una aspirina.
Casi con toda seguridad ese fue mi contacto con el mundo real, ya que la escuela de la vida te proporciona lecciones a cada momento. Allí, haciendo pasta (con agua, no como Benito), eres consciente de los problemas y las fatigas del personal, las complicaciones con las que cargan muchos…la vida misma.
Trabajar al aire libre curte y los riesgos y las desgracias siempre están ahí presentes, pero claro, el personal asume las obligaciones y las cargas dándoles así para mí un punto de héroes porque conseguían que aquello que a mi me parecía el puto infierno, para ellos simplemente fuera el trabajo.
Dicen los empresarios de la construcción que no hay albañiles para cubrir toda la demanda de plazas que se ofertan. Que hay falta de empleo, que no hay personal que quiera subirse al andamio o a coger la hormigonera asesina, ni mucho menos aguantar al alcalde pedáneo junto con el constructor, después de que se perfumarán en el frontón del pueblo.
Incluso hay quien va más allá afirmando que en casa estamos creando Principitos consentidos, flojos y poco comprometidos. Todos los sectores se quejan de falta de personal de que no hay compromiso, que no aguantan nada y que el dinero ya no es ninguna motivación porque prefieren descansar.
Seguramente esto vaya más allá de una conversación de barra de bar o incluso en un foro y algo esté cambiando.
Me asaltan las dudas. Por un lado, el humano tiende a acomodarse ayudado por esta nueva y cuidadosa educación donde sobran sobreprotección y algodones. Me viene a la cabeza aquella selección de personal de una gran empresa en la que como prueba a todos los candidatos les paraban el ascensor (con ellos dentro) para estudiar su reacción en una situación así. La mayoría de los candidatos, saturados de títulos y postgrado, decidieron llamar a sus padres…
Pero también entiendo perfectamente esa búsqueda hacia la flexibilidad en el trabajo, la conciliación y el concepto de vivir.
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