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Poco después de aterrizar en Granada con la maleta de cartón en abril de 2002 el director de la emisora me explicó que Emilio García ... Weideman, un tertuliano y columnista de referencia del Diario Ideal, estaba preparando un interesante Curso de Experto Universitario en Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas, y que le habían pedido colaboración para impartir un par de asignaturas.
Me animó a apuntarme puesto que para los profesionales había un jugoso descuento y las clases transcurrían los viernes por la tarde y los sábados por la mañana.
Aunque llevaba poco tiempo instalado en aquella maravillosa ciudad, rápidamente hice amistad con Emilio, quien iba todos los martes por la tarde a debatir junto con otro monstruo de la comunicación y de la cultura, Joaquín Abras de Santiago.
Era una tertulia de las de verdad, sin mentira, uno de derechas y otro de izquierdas, señores que se dejaban los guantes y el sombrero Panamá fuera del estudio y que, en antena eran exquisitos, no sólo por la manera de expresarse sino por el manejo del lenguaje y por la facilidad de encontrar la palabra exacta en el fervor de la discusión. Había reflexión y fundamento, algo que en estos tiempos brilla por su ausencia.
Con Emilio tuve un examen que no llevaba muy bien preparado. En medio de la prueba se ausentó para hacer una llamada telefónica que duró aproximadamente una hora. Allí nos quedamos, sin ningún tipo de control y con tentación de sacar los apuntes y copiar a dos manos. La mayoría lo hicimos sin piedad, aunque siempre estaban los moralmente superiores, cuya ética les impedía cruzar la delgada línea roja.
A la semana siguiente colgaron las notas en el pasillo y la mayoría estábamos suspensos. De aquella no había traumas si el compañero veía tus notas o tu veías las de él.
Como tenía confianza con Emilio le pregunté cómo me ha había suspendido si había copiado prácticamente todo el examen. Y él me dijo que si nos dejaba solos era para que copiásemos el examen entero, no solo una parte. Por tanto, suspendimos.
El actual secretario provincial de los socialistas en León hizo creer a sus mayores que lo de las primarias estaba todo bajo control y que nadie en su sano juicio osaría a presentarse. La sentencia falló y a última hora salió un candidato con poco que perder y quemando los últimos cartuchos para seguir en esto de la cosa pública.
La carrera por los avales ha sido una demostración del poco señorío que manejan nuestros politólogos y la muestra del mundo bajuno al que pueden llegar.
Al actual secretario provincial, le hubiera encantado enfrentarse al alcalde de León y demostrarle al mundo que maneja a la perfección un tercio de los afiliados socialistas en nuestra comunidad. Medirse y enseñar a sus mayores, que sigue repartiendo Floid como lo hacía mi amigo Victorino en la peluquería Gavilanes. Y por ello, ha intentado obviar al candidato tomándolo como una marioneta del poder municipal.
Decía Juan Morano que las elecciones las cargaba siempre el diablo y que eso de que te iban a votar miles y miles siempre era una ficción. ¡Ponles en fila y los llevas tú a votar!
El actual secretario ganará de calle, y se coronará como el jefe orgánico de puertas para dentro, es decir intramuros. Porque hacia fuera, creo que ya nadie duda de que el auténtico líder social e incluso espiritual es el acalde. Pero esta no es su guerra, ni debe de serlo, aunque muchos quieran que lo sea. De dentro y también de fuera.
Pero estas cosas ya saben ustedes como son, eso de que del dicho al hecho…porque el voto es secreto y el plan del ministro de fomento para la comunidad podría acabar saltando por los aires.
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