Habitualmente, a las doce del medio del día del Domingo, los papas se asoman a la plaza de San Pedro para rezar el ángelus. En ... este tiempo de Pascua el ángelus es sustituido por la antífona mariana Regina coeli, – «reina del cielo, alégrate, aleluya, porque el Señor a quien mereciste llevar en tu seno ha resucitado según su palabra, aleluya».
Anteayer el Papa Francisco se hacía presente en la plaza de San Pedro para anunciar con su presencia, con su gesto y con su débil voz, el anuncio central del acontecimiento cristiano, la victoria de Jesucristo sobre la muerte. El papa lo resumió en una expresión: «Buona Pascua» y en un gesto, la bendición apostólica. En la homilía que había preparado, pero que no pudo leer, utilizó la expresión: «Apresurémonos, pues, a salir al encuentro de Cristo», Pareciera que el Papa se ha querido responder a esta llamada y que Dios le ha permitido vivirla.
Ayer, lunes de la Octava de Pascua nos encontramos, una vez más, con una sorpresa de Francisco, con su muerte repentina. Es verdad que todos éramos conscientes de su frágil estado de salud, pero su presencia en la cárcel Regina coeli, el Jueves Santo –otro de los grandes signos de su pontificado, la cercanía a los excluidos de la vida, de la historia– y su presencia ayer en la Eucaristía de Pascua, no hacía que pensáramos en una inminencia de su fallecimiento. Quiero expresar en nombre propio de la Iglesia de Valladolid la experiencia de este momento, que está marcada por el dolor y la esperanza.
Por dolor que es compatible con la alegría del corazón, un anuncio que el Papa Francisco realizó desde el primer momento de su pontificado, convocándonos a la alegría por experimentar la misericordia de Dios y a que esa alegría se hiciera impulso de una iglesia invitada a salir, a anunciar un pregón, un anuncio cantado. Precisamente este anuncio, la resurrección de Cristo y, por tanto, la llegada de su amor ha de hacerse concreto y visible. Es lo que Francisco denomina la dimensión social del kerigma, de este pregón cantado. Una dimensión social con dos caras. Una mirando a la propia iglesia, a la que ha convocado en estos años a ser un pueblo peregrino, un pueblo unido, un pueblo con un protagonismo especial de todos los bautizados en la vida eclesial. A esto lo hemos llamado sinodalidad. Un pueblo que camina para anunciar el Evangelio. La otra cara de la dimensión social expresada, como acabo de recordar, en su presencia en la cárcel Regina coeli es el anuncio del Evangelio a los más empobrecidos, a los excluidos, aquellos que viven, también en una expresión muy suya, en las periferias de la sociedad.
Cuando Jorge Mario Bergoglio, cardenal arzobispo de Buenos Aires, vino a un cónclave después de la renuncia del Papa Benedicto XVI, y es elegido Papa con el nombre de Francisco, llega a la Iglesia un Papa venido del sur global, un Papa venido de lejos, de una megalópolis del sur del planeta, de una ciudad con villas miseria, que Jorge Mario Bergoglio acostumbraba a visitar, a hacerse cercano, a anunciar esta misericordia. Con esa experiencia llegó a Roma, la comparte y la propone. Así es la vida de la iglesia, cada obispo de Roma, cada Papa de la Iglesia, aporta, además de sus características personales, lo que trae de su Iglesia concreta. Juan Pablo II había venido de una Polonia que había sufrido el nazismo y el comunismo. Benedicto XVI de una Alemania en plena crisis de civilización occidental, una Alemania con cristianos luteranos y católicos, acostumbrada a debates teológicos. Y Francisco llegó del sur, e hizo sonar unas palmadas y dijo: «hermanos, el tiempo de la acogida del Concilio en documentos, en reflexiones teológicas, está cumplido, pongámonos en marcha, hagamos verdad la vida y el anuncio del Evangelio». Y él, en su propia experiencia personal, en su llamada a la conversión pastoral de la iglesia y en su solicitud por los más pobres ha marcado este cambio época de gran transformación social, cultural y, por ende, también eclesial, siguiendo la pauta marcada por el concilio Vaticano II.
Jesucristo ha resucitado y ha abierto la senda que lleva al cielo. Esta es la esperanza que vive la Iglesia. Por eso hoy día de Pascua, el día de Pascua es tan grande que la Iglesia le celebra ocho días con las mismas expresiones litúrgicas. Hoy día de Pascua, en martes de la octava, la Iglesia mira con lágrimas en los ojos, pero con alegría, agradecimiento y esperanza en el corazón el acontecimiento del paso a la vida que no acaba de nuestro queridísimo Papa Francisco.
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