'Love Actually'

El año ya pasado nos demostró que nada es eterno y con las mismas nos administró la mayor dosis que jamás pensamos recibir para el rearme social: de la ilusión y la esperanza también se puede vivir

J. Calvo

León

Lunes, 4 de enero 2021, 07:26

Todos los años, por Navidad, 'Love Actually' se asoma a mi televisor. Es una especie de vieja costumbre que se repite desde hace más de una década. Habrá quien crea que tanto empeño en la misma película se debe a un fallo humano, un cortocircuito ... quizá en el sistema cognitivo, y quien crea todo lo contrario, una especie de romanticismo mal entendido.

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Sin descartar una 'avería' de ese tipo yo, simplemente, prefiero creer que se trata de una vieja y emotiva costumbre, sin más. Hay quien por esas fechas se pone un gorro de Papa Nöel y lo pasea mientras va a por el pan o quien decide acudir al trabajo con un jersey con cascabeles que cuelgan de la nariz de un par de renos.

También hay quien le pone a su perro en estas fechas collares con lucecitas o quien, sin más argumento que el calendario, la emprende a iluminar la casa como si se tratara de un local de alterne.

Yo, simplemente, le doy al 'play' para que salte 'Love Actually' en el televisor. Tengo la película en formato VHS, en cd, y desde hace tiempo legalmente descargada desde el 'Play Store'. Una inversión inútil por lo demás porque, después de tanto empeño en conservar una cinta de culto navideño, ahora me la encuentro en las diferentes plataformas digitales que salen al paso en mi día a día y totalmente gratuita.

Habrá quien sea fan de esta película por el atractivo de sus historias entrecruzadas. A un lado aparece el nuevo primer ministro británico (Hugh Grant) enamorándose de su personal de confianza (Martine McCutcheon); otros, por el contrario se quedarán con la historia de un escritor (Colin Firth) destrozado por las infidelidades de su novio y, por fortuna, atrapado por una asistente a la que nunca llegó a conocer (Lúcia Moniz).

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'Love Actually' descubre infidelidades, la timidez que resulta entre los dobles de sendos actores porno o la historia de un padrastro viudo decidido a ayudar a su hijastro de 11 años para que este conquiste a la que cree es el amor de su vida.

Hay un buen número de historias a mayores aunque por lo retorcido de la situación siempre tiene un punto la de aquel viejo rockero (Bill Nighy) que logra convertir, a base de sinceridad, una deprimente versión musical en el 'hit' de las navidades.

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Para quien haya visto la cinta nada de lo aquí narrado le resultará ajeno. En realidad se trata de un 'mix' navideño, ñoño, pero casi perfecto como menú navideño.

Sin embargo, de toda la cinta, de sus más de dos horas de duración, siempre he admirado los abrazos. Si, los abrazos. Los que protagonistas y no tan protagonistas se dan cuando se encuentran en las terminales de llegadas de los aeropuertos, los abrazos que marcan el cariño, la admiración, la felicidad y hasta la pasión de un reencuentro.

Abrazarse es maravilloso, algo absolutamente incomparable si se trata de un gesto sincero.

En este 2020 todos nos hemos encontrado con el peor año de nuestras vidas, el que nunca quisimos vivir, el que borraríamos de un plumazo, el año en el que un virus atroz nos enseñó la enorme fragilidad de nuestras vidas y de todo el entorno que da cuerpo al decorado que las acompaña.

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El año ya pasado nos demostró, como nunca, que nada es eterno y con las mismas nos administró la mayor dosis que jamás pensamos recibir para el rearme social: de la ilusión y la esperanza también se puede vivir. Y en ocasiones la esperanza es lo único que queda.

Y en ese punto reaparecen los abrazos, porque pasado este 2020 el mejor sueño en el nuevo año es poder volver a abrazar. Qué poco, verdad. Acabo de darle al 'play'.

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