El poeta granadino, que fue asesinado el 18 de agosto de 1936, presentó tres años antes con la compañía que dirigió tres entremeses en el desaparecido teatro vallisoletano Pradera
JOSÉ DELFÍN VAL
Viernes, 20 de agosto 2021, 07:39
El día 11 de abril de 1933 se presentó en Valladolid el grupo teatral denominado La Barraca, que dirigía Federico García Lorca. Hizo su debut ante los vallisoletanos en el desaparecido Teatro Pradera, que en su origen fue también una barraca, como recuerda Francisco de ... Cossío, director entonces de El Norte de Castilla, y encargado de la crítica teatral. Ante la expectación despertada entre los teatro-adictos vallisoletanos, muy numerosos y exigentes entonces, y no pudiendo el periódico publicar al día siguiente la crítica, insertó un suelto que decía: «Apremios de espacio y de tiempo nos impiden publicar hoy el juicio crítico de la presentación en nuestra ciudad de La Barraca. Lo haremos en el próximo número, anticipando que obtuvo un éxito tan rotundo como merecido». En efecto, al día siguiente y en primera página apareció el siguiente artículo firmado por Francisco de Cossío.
Presentacion de La Barraca
«Valladolid ha presenciado, al fin, la representación de La barraca. Y no fue en una barraca, con toda la sugestión de feria, de alegría pasajera que tiene esta palabra, sino en un teatro, en el teatro Pradera que, en sus orígenes, fue barraca también. Esta juvenil agrupación trashumante, encargada de llevar a los pueblos las viejas farsas de nuestro teatro, no tiene empaque alguno oficial. Es la clásica estudiantina que aprovecha la vacación para divertirse y llevar la diversión a los pueblos que visita. Y con una mayor trascendencia cultural que la estudiantina de bandurria y guitarra, ya que el propósito se cifra en escenificar viejas farsas. En este aspecto, y por lo que respecta a los estudiantes de literatura, es un interesante ejercicio de extensión universitaria. Sacar a luz las pequeñas obras origen de nuestro teatro, escenificarlas y vestirlas con una elegante estilización, y decirlas bien aprendidas, seriamente ensayadas, y con esa desenvoltura del buen aficionado, con la gracia que las presta el entusiasmo, tan reñido con el profesionalismo. Al frente de esta improvisada hueste dramática figura Federico García Lorca, el gran poeta que, como ninguno otro de nuestro tiempo, sabe extraer las esencias populares, que equivale a conocer al pueblo. En este aspecto pensamos que La barraca tendrá más éxito en los pueblos que en las ciudades, y que el campesino entrará en la ingenuidad de estos sainetes primitivos con menos reservas y mayor efusión que el obrero ciudadano, maleado por el teatro mediocre y por los chistes y situaciones del 'astracán'.
Como esta y no otra ha sido la finalidad de don Fernando de los Ríos al crear este juego popular, convencido quizá de que la alegría sana y la risa ingenua son cultura, dicho se está que este nuevo carro de Tespis, aunque en nuestro tiempo se mueva con motor de explosión, cumple un elevado objetivo y representa un interés hasta ahora desconocido en nuestro país, el de restaurar una comunicación entre el ingenio de la ciudad y la risa de los pueblos.
Tres entremeses, dos de Cervantes y uno anónimo de la misma escuela, dieron a conocer estos muchachos en Valladolid. 'La cueva de Salamanca', 'La guarda cuidadosa' y 'Los dos habladores'.
A los tres les dieron gracia, agilidad, desenvoltura y alegría.
Actores y actrices rivalizaron en una interpretación cuidadísima, haciéndose acreedores a los más justos aplausos, que sonaban en la sala no como en una fiesta de invitación, sino como en una representación de pago. En esto el público, en una gran mayoría de carácter popular, que llenaba el teatro, dió muestras de comprensión y cultura.
Mas para dar valor a estos elogios se me van a permitir algunos reparos que afectan más a los escenógrafos que a los intérpretes.
¿Por qué desposeer estas pequeñas piezas, de las que arrancan los mejores sainetes españoles, de un sentido realista? El decorado sintético, lleno de sugestiones y de gracia, no corresponde exactamente a una acción en la que intervienen tipos populares, llenos de alusiones de actualidad y en las que la imitación de la vida debe prestarlas su mayor eficacia escénica. Los personajes, caracterizados un poco en caricatura y con la estilización que arranca de la comedieta italiana, pierden, a mi modo de ver, su sentido más intimo, su significación más humana.
Pero sea este reparo no más que una observación cariñosa, ya que La Barraca, hoy por hoy, no significa sino la iniciación de empresas teatrales de más fundamento. Del teatro incipiente podrán saltar al buen teatro de nuestro siglo XVII y ¿por qué no, a un teatro moderno, que puede tener en estos buenos aficionados un magnífico laboratorio? Mucho podemos esperar de Federico García Lorca, de tan profundo sentido teatral.
Lo importante es que La Barraca, en esta su primera presentación, obtuvo entre nosotros un éxito brillante».
FRANCISCO DE COSSIO
Tres años después de lo relatado por Cossío en Valladolid, Federico García Lorca fallecía el 18 de agosto de 1936 «a consecuencia de heridas producidas por hecho de guerra, siendo encontrado su cadáver en el día veinte del mismo mes en la carretera de Víznar a Alfacar», según consta en el acta de defunción inscrita en el Registro Civil de Granada en 1940. Lorca murió junto a dos banderilleros y un maestro de escuela, vallisoletano de Ciguñuela, llamado Dióscoro Galindo, como consecuencia de una mal interpretada sugerencia hecha desde Sevilla por otro vallisoletano de Tordesillas, el general Gonzalo Queipo de Llano, según relatos imprecisos.
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