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Hace un par de semanas unos cuantos medios se hicieron eco de una noticia desquiciante. La historia comienza un jueves de febrero, a las 8:30 de la mañana. Un niño de ocho años camina algo adelantado de su hermana mayor, con la que va ... al colegio, y un grupo de amigas. Un hombre le ve pasar frente a él y, al notarle desorientado, le pregunta si está bien, si le pasa algo. El niño no responde, pero la hermana llega al cabo de unos instantes y todo queda en nada.
La trama se complica cuando el niño vuelve a casa y explica que un señor le habló por la calle. Por supuesto no conocemos las palabras que empleó, o si adornó la historia. Yo, que soy padre de niños de esa edad, me imagino la situación. Un niño de ocho años que de repente se ve protagonista, unos padres preocupados que le interrogan, inyectando sus propios miedos en la conversación. Al cabo de un rato, en el grupo de WhatsApp del colegio (un lugar que ni siquiera Dante hubiera podido imaginar cuando escribía acerca del Infierno), el padre pone el siguiente mensaje: «Buenas noches. Tengo que compartir con vosotros una mala noticia. Tenemos un depredador por Las Tablas. Esta mañana a las 8:30 en la esquina de Dragados un hombre ha 'invitado' a mi hijo a llevarle al cole con su coche. Él iba adelantado respecto del grupo de niños con los que normalmente va. Al irse el niño corriendo a cogerse de la mano de su hermana mayor, el hombre se ha ido a paso ligero. El asunto está en manos de la Policía ya, pero estas cuestiones requieren poner en alerta a coles y a niños que van solos por la calle».
¿Cómo se ha convertido un «¿estás bien?» de un adulto preocupado en un intento de secuestro? No se lleve las manos a la cabeza aún, que vienen motivos mayores. El mensaje corre como la pólvora, normal. En los grupos de padres, donde cada uno compite con el resto por ser mejor padre, más preocupado, más implicado que el resto, un mensaje como este es el equivalente a un cerdo sangrando en una bañera infestada de pirañas. La descripción y las fotografías del hombre, al que acaban encontrando en pocas horas (normal, trabaja frente al sitio donde el niño caminaba desorientado) circula por miles de teléfonos, incluyendo los de muchos periodistas. Ninguno, afortunadamente, publica la imagen. La policía va a ver al señor, que resulta ser solo una buena persona. Que estuvo a punto de sufrir un imborrable estigma social, en el caso de que las imágenes hubieran salido de los grupos de Whatsapp y acabaran en redes.
La conclusión es sencilla: llevas un arma en el bolsillo. Piénsalo dos veces antes de reenviar ese mensaje sobre el coronavirus que te acaba de mandar tu cuñado.
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