Thomas Paine dijo en 1776: «Estos son momentos que ponen a prueba las almas de los humanos». Y sirve para hoy. Tiempos en los que existe un aire melancólico flotando en el ambiente junto al coronavirus que tanto nos ha cambiado la vida en el ... ultimo año. Un halo descorazonador de tristeza colectiva que nos embarga después de tantas estaciones penitenciales en forma de olas que depositan, cada día, una lúgubre estadística que, por el momento, sólo podrá ser conjurada por el advenimiento eficaz y masivo de las vacunas.
Publicidad
Ha habido quien lo ha llevado bien, incluso especímenes raros que han disfrutado durante el confinamiento quizá porque su curiosidad vital no daba más que para mirar por la ventana sin necesitar salir a respirar el aire de la calle. Son los únicos que parecen instalados en un balneario y que, a la primera de cambio, vuelven a pedir insistentemente que nos encierren, casi sine die, hasta que todo esto haya pasado. Uno sospecha que deben de tener una renta vitalicia o ser beneficiarios de un ERE eterno para que no estén preocupados por su propia subsistencia, como les ocurre a millones de ciudadanos de este país al borde mismo de la desesperación.
Otros, han mostrado una resiliencia formidable, pero a estas alturas ya empiezan a notar flaqueo por mor de una situación propia del día de la marmota: de casa al trabajo y del trabajo a casa. Y eso, los muy afortunados que tienen un trabajo al que ir, porque hay millones de compatriotas que se han visto expulsados del mercado laboral por cierre de sus empresas o la imposibilidad de continuar con sus propios negocios. La vida social se ha evaporado. Hay amigos y conocidos a los que vamos a terminar desconociendo, con sus señas de identidad envueltas en el vapor turbio de la ausencia y el olvido. No hay celebraciones, cumpleaños, bodas, actos públicos, conciertos, fiestas... Malvivimos en toque de queda y un miedo cerval a contagiarnos, con una cotidianidad limitada y una sensación de libertad provisional ocupando nuestro incierto día a día.
Las pocas citas anotadas en nuestra agenda se caen tras una llamada en la que alguien expresa la conveniencia sensata de ser prudentes y aplazar la convocatoria hasta mejor ocasión. Ocurre que nadie sabe cuándo va a finalizar la pesadilla, a pesar de las ensoñaciones del Gobierno, diciendo primero que la Semana Santa marcaría la frontera de la recuperación de la movilidad, y después que será el verano. La cifra de un 70 por 100 de vacunados en estío es tan voluntarista como irreal. A este paso, esperemos que la cosa cambie, no llegaremos a una inmunidad de grupo eficaz hasta las navidades. Así son las cosas bajo el prisma del realismo. O se produce un milagro, o la vacuna rusa Sputnik –de la que tanto nos hemos reído–, viene a salvarnos de la escasez de viales, o vamos a estar inmunizados cuando San Juan baje el dedo, y lo tiene de bronce.
Publicidad
Ahora, por si faltara algo, cuatro mil variantes del virus amenazan seriamente la efectividad de las vacunas y los expertos ensayan combinar algunas de ellas para aumentar la protección ante las nuevas cepas. Mientras, vemos cómo se van suspendiendo Las Fallas, los carnavales, la Feria de Abril y San Fermín, al tiempo que nos sumimos en una bruma alimentada de fatalidad con cada telediario y cada aparición lisérgica de Fernando Simón. Así estamos.
Noticia Relacionada
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.