Los hogares españoles están experimentando una situación de preocupación debido a que la renta disponible de las familias empieza a descender de manera clara. Los niveles de ahorro derivados del confinamiento empiezan a dar síntomas de agotamiento y las bolsas de reservas corresponden fundamentalmente a ... las rentas más altas. Por ello, el riesgo para el consumo privado de cara a septiembre es tan alto como real. Los cálculos de la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal cifran el recorte de la renta en los hogares en un 4%, y la cosa, lamentablemente, no ha hecho más que empezar.
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Con un 10,8% en julio, los pronósticos sobre ese impuesto de los pobres que es la inflación no son tampoco nada halagüeños. Lejos de moderarse en el horizonte del fin de año, todos los análisis señalan que persistirá en su tendencia actual e incluso empeorará hasta un 8% en el cierre de 2022. Con este preocupante cuadro, la Comisión Europea ya ha advertido de una serie de medidas que incluyen el racionamiento del consumo de gas ante el más que probable corte de suministro a Europa por parte de Rusia. Cuando se habla de restricción en el consumo de un bien de tan primera necesidad como el gas, y también la electricidad, es obvio que estas medidas de emergencia bien pueden considerarse propias de economía de guerra.
La intención de la UE es restringir al máximo el suministro de gas a la industria para repercutir lo menos posible esa reducción a los hogares. Con todo, ya se nos advierte de asumir el hábito de tomar duchas muy cortas con el agua no muy caliente, poner el aire acondicionado a 27 grados en verano y la calefacción a 19 grados este invierno y reducir al máximo el consumo de electricidad. Este es el anuncio de una realidad a cámara lenta. De momento, si miramos el comportamiento del consumo este verano, observaremos hoteles llenos, restaurantes a rebosar, aeropuertos colapsados y una alegría en el gasto que recuerda el entusiasmo con que tocaba la orquesta del Titanic tras el letal choque contra el iceberg en aguas del Océano Atlántico. Pero llegará septiembre.
El turismo y el empleo están produciendo un ligero crecimiento del 1,1% en la economía española, pero esta única previsión esperanzadora puede cambiar en otoño debido a las actuaciones de Putin y su manejo chantajista de los recursos energéticos. Varios países europeos ya anuncian la posibilidad de entrar en recesión y ese mismo fantasma ya se ha producido en los sensibles parámetros de la economía norteamericana. La Reserva Federal y los bancos centrales saben que, así las cosas, únicamente pueden aplicar la receta económica clásica de encarecer el precio del dinero y endurecer el acceso a los créditos y a la financiación.
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El aumento de costes en los productos básicos que componen la cesta de la compra es tan brutal que, en la caja del supermercado, uno se pregunta si ha cargado en la cesta, inadvertidamente, caviar y champán francés. Comida, gas, luz, hipotecas, créditos… todo apunta a unas subidas de las que aún no conocemos el tope. Restricción, reducción y racionamiento, estos son los mantras que empezamos a escuchar cada día. Si esto no suena, y no es, a economía de guerra, ya nos dirán a qué peligroso juego se aplican los estólidos del «aquí no pasa nada». Bruselas tiene ya prevista, por si acaso, la denominada declaración de emergencia energética en la Unión Europea para aplicarla en un caso extremo. De momento, el país está de vacaciones. Ya veremos lo que pasa cuando llegue septiembre.
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