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La cuenta atrás para las más que hipotéticas elecciones del 10 de noviembre agota su inevitable final tal y como empezó, mareando la perdiz en medio de una torrentera de declaraciones cruzadas que sobrevuelan como balas trazadoras el ecosistema de los medios de comunicación. Ofertas ... realizadas y rechazadas, posibilidades atisbadas y conjuradas de inmediato, medias verdades y mentiras clamorosas, explotación de protagonismos, ansia de cargos, arrepentimientos prematuros, desconfianza a raudales...
El poder tiene no sólo su erótica, sino también su retórica. La larga marcha hacia los despachos, los coches oficiales, los ujieres, la representación que da una posición relevante en la Administración, todo eso ha pesado como una losa en esta refriega de egos revueltos que, a la postre, no parece conducir a ningún sitio.
Podemos hablar, como Malraux, de la condición humana, podemos repartir las culpas por bandos y podemos cargar el fracaso a unas siglas. Podemos... Pero lo que se sustancia, una vez más, no es sino el fracaso de la nueva política, de la concepción asamblearia, casi estudiantil, de la gestión de un partido político que en pocos años ha pasado de las acampadas en la madrileña Puerta del Sol a ocupar un lugar relevante en la política de este país. El poder se reparte siempre a regañadientes porque su posesión es única por definición. La generosidad del PSOE ha sido tan perfectamente descriptible como el sentimento que asaltaba al pintor Van Eyck. Ofertas desleídas que han demostrado, una vez más, la sabia sentencia de Rafael Gómez 'El Gallo': «Lo que no puede ser no puede ser y además es imposible».
Y aquí estamos de nuevo, en el punto de partida, como en el juego del parchís, preguntándonos qué vamos a votar el 10 de noviembre si un milagro no se cruza en el camino errático de este país para conjurar una nueva consulta en las urnas. En los cuarteles generales de los partidos se diseñan estrategias que creen conducirles al triunfo, sin saber que lo más probable es que la situación postelectoral sea bastante parecida a la fotografía que hoy tenemos, por más que los votos se repartan de otra manera. Al final quedarán los dos bloques: izquierda y derecha («derechas», le gusta decir a Carmen Calvo) y la posibilidad de acuerdo para una investidura es probable que quede flotando en el viento, como la canción de Bob Dylan. Es lo que hay, que diría un castizo, la sempiterna división de un país que alcanzó cotas sublimes de diálogo y entendimiento en la Transición y ahora parece haber olvidado alguno de sus rasgos mejores y más nobles.
La cuenta atrás para las elecciones tiene la vista puesta en el 23 de septiembre, aquí al lado ya, como si ese limite fuera parte del guión de 'La casa de papel'. En la excelente ficción española que triunfa en todo el planeta gracias al poder de Netflix, 'el profesor' tiene un plan diseñado al milímetro en el que contempla todas las hipótesis sin obviar ningún detalle por nimio que sea. Aquí falta la mente pensante, el demiurgo capaz de articular una salida estable en puertas de una más que posible recesión económica, un 'brexit' inquietante y una situación en Cataluña que supone un reto formidable a nuestra democracia. Así están la cosas cuando tenemos de nuevo la voz y la palabra para pedir un nivel político, una generosidad y una altura de miras que, lamentablemente, parecen haberse esfumado con los recuerdos de un tiempo en el que fuimos capaces de afrontar ilusionados y con absoluta determinación, el futuro incierto del país para construir una sociedad mejor y más libre.
Aquello se consiguió. Ahora, lamentablemente, no está tan claro.
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